Fascinación
Alto y claro
No hay que escarbar mucho en la psicología de Sánchez para descubrir un caso enfermizo de apego al poder
Sólo desde la inmensa fascinación que debe ejercer el poder y el horror a la posibilidad de perderlo se puede entender lo que está pasando en España durante los últimos meses. Claro que no pasa exclusivamente en España, ni mucho menos. Es una regla universal. Que se lo pregunten si no al Donald Trump que asaltó el Congreso para reventar un resultado electoral adverso, por citar uno de los casos más escandalosos de las últimas décadas. Pero la actuación de Pedro Sánchez desde que ganó, perdiéndolas, las elecciones de julio del año pasado se está convirtiendo, a medida que pasan las semanas, en un ejemplo de hasta dónde se puede llegar en el envilecimiento de la política con tal de agarrar el sillón. Se hace lo que haga falta: mentir, decir hoy blanco y mañana negro, dejar que una ley la hagan a su medida los que se van a ver beneficiados, manipular la realidad, cuestionar a los jueces... y así hasta dejar el sistema democrático hecho jirones y en riesgo de colapso.
Debe ser tremendo el vértigo que siente el inquilino de la Moncloa. Por mucha laxitud de principios que quepa atribuirle –y que él se encarga de demostrar cada día– sabe que lo que está haciendo es blanquear comportamientos delictivos y el mayor desafío a la cohesión nacional que se ha producido en democracia. Lo sabe porque él mismo defendió este planteamiento con vehemencia hasta que la aritmética de las mayorías en el Parlamento le hizo dar un giro completo. Si no le hubieran hecho falta siete votos nunca hubiésemos asistido al espectáculo que tiene hoy atónitos a un buen número de españoles.
Que todo esto se haga sin que se le mueva un músculo de la cara sólo demuestra una cosa: está dispuesto a llegar hasta dónde haga falta. Lo único importante para él es asegurarse, mes a mes, que va a poder aguantar en el cargo. Decía no hace mucho una vicepresidenta del Gobierno que todo este cúmulo de cesiones estaba bien empleado si con ello se lograba hacer las políticas que necesitan los españoles. Es el viejo principio totalitario de que el fin justifica los medios que vuelve a abrirse paso a través del nuevo populismo que recorre medio mundo.
Pero en el caso de Sánchez esta cuestión es, si acaso, secundaria. No hay que escarbar mucho en la psicología del personaje para entender que estamos ante un caso enfermizo de apego al poder. Lo malo es que ante esa fascinación practica la política del todo vale sin pararse a mirar las consecuencias en una escalada que lo puede llevar a la autodestrucción. Es el mayor riesgo que corre.
También te puede interesar
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Pelotas, no; balas, sí
Quizás
Mikel Lejarza
Nosotros o todos
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Hallarás la música
Lo último