Todo cuanto ocurre en las tardes y noches heliopolitanas tiene una repercusión que a veces parece enfermiza. La división de opiniones se ha instalado parece que para quedarse en los tuétanos del coliseo verde, blanco y verde y el ambiente lo mismo se hace festero que irrespirable o, simplemente, incomprensible. Y el domingo, el incomprensible "Setién vete ya" fue suplido por el entusiasmo hacia el futbolista que había masacrado al Betis.

Los designios de los públicos son inescrutables, pues ya hubo alguien que calificó a eso que algunos llaman el respetable como monstruo sin cabeza. Pero como el cliente siempre lleva razón, no seré yo quien critique la reacción de la grada ante el prodigio del cuarto gol del Barça, tercero de un Messi que ya no tendrá sitio en su casa para tantos balones como ha ido ganando a base de triples sin tasa, lo que se ha dado en llamar hat trick. Y es que ahí crujió el Villamarín en su honor.

Y la pregunta es la de si está bien o mal aplaudir al futbolista que acaba de ejecutar a tu equipo. Pues como se ha comprobado, la división, habitual por cierto en el Villamarín, refleja que no hay consenso y no seré yo quien aconseje al respecto. Habrá quien sea partidario de una reacción llena de deportividad y quien vea al homenajeado como el demonio que ha laminado a tu equipo. Lo primero engrandece el talante de ese público y lo segundo es muy comprensible, ergo...

Tal división de opiniones creo que es positiva para que arda la llama del fútbol. Retroalimenta ese tercer tiempo que dura desde el final hasta el choque próximo y que se escenifica en la barra y en el puesto de trabajo. Lo que no creo es que haya que rasgarse las vestiduras por el reconocimiento a una obra de arte. Una obra que ya era inocua, pues que en el último minuto te hagan el cuarto es que ya hubo tres anteriormente, Messi no hay más que uno y a ti te encontré en la calle.