Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Juan Luis Vega

De la Asociación de Amigos del Jerez de los Árboles

Jerez, ciudad arbolada, ciudad emparrada (y II)

Jerez, ciudad arbolada, ciudad emparrada (I)

Jerez, la ciudad emparrada (2)

Jerez, la ciudad emparrada (2) / Juan Ángel González de la Calle (Jerez)

Jerez, la ciudad emparrada (2) Jerez, la ciudad emparrada (2)

Jerez, la ciudad emparrada (2) / Juan Ángel González de la Calle (Jerez)

Jerez no es bella solamente por sus singulares árboles, ni mucho menos. Porque además de eso es una ciudad que conjuga sus edificios industriales, sus majestuosas bodegas, con iglesias igualmente monumentales que forman un patrimonio extraordinario, con lo mejor de lo mejor de la arquitectura gótica, del mágico mudéjar, del arte renacentista, manierista y no digamos nada del preciosista y retorcido barroco. Osea, una colección envidiable, aunque quizá poco valorada por muchos jerezanos.

A esa colección de templos soberbios se une una serie de palacios y casas señoriales de espectaculares fachadas, patios porticados y jardines románticos de verdadero ensueño. Un solo paseo por la Plaza de Rivero deja perplejo al visitante más exigente. Y eso por no hablar de las sensaciones que sienten la mayoría de nuestros enoturistas cuando se adentran en el interior de cualquiera de sus increíbles bodegas, que más que bodegas parecen verdaderos templos griegos, de columnas imperiales, pero oliendo mejor que en el mismísimo Monte Olimpo.

Pero Jerez posee además un centro histórico, demasiado abandonado pero verdaderamente hermoso. Pasear por ese entramado de San Mateo, recorrer su laberinto de callejuelas medievales es como soñar con otra época, como asistir a una película en blanco y negro, pero de Fellini. Los italianos inventaron la leyenda de “la decadencia es bella” y hay muchas ciudades, como Venecia y hasta la eterna Roma, que viven de haber sabido vender lo antiguo, las piedras, sus caliches, como algo único, como los restos de una vieja inspiración.

En general, al Centro de Jerez le sobran coches, contenedores de basuras mal colocados y le faltan plantas, muchas flores Y para poder enamorar a la gente que nos visita y obligarla a conocer su barrio de San Mateo, hay que reconvertir este espacio olvidado en un lugar diferente a todo, en un agradable y fresco paseo.

Emparrando sus estrechas calles, nuestros visitantes podrán vislumbrar como el sol atraviesa levemente sus hojas y decora el suelo empedrado con lunares blancos y ello mientras saborean un buen amontillado o tienen la suerte de escuchar, a lo lejos, una voz rota cantando por soleá. Podrán pisar un manto de hojas de vid de color ocre a finales del otoño, una alfombra natural como la que recibía a los grandes héroes en la antigüedad.

¿Quién puede dudar que tomar un buen oloroso en una Plaza del Mercado, rodeada de bonitos bares con terrazas emparradas no puede resultar algo maravilloso? O cenar una noche de verano también allí, mientras se contempla el jardín decadente de San Blas, la fachada plateresca del Palacio Riquelme o el recortado ábside de San Mateo, para después de recorrer y tomar la última copa en el intrigante Rincón Malillo, pero buenamente iluminado e igualmente emparrado.

Un lugar así, cuidado y sombreado podría llenarse de bares y restaurantes en unos pocos años, cubrirse de pequeñas tiendas que ofrezcan artesanía, buenos recuerdos de nuestra ciudad. Por soñar, pudiera crearse una calle para los tabancos, algún que otro sitio donde oír y ver algo de flamenco y unas cuantas tiendas que ofrezcan vinos de Jerez. Y, ¿por qué no?, iluminar todas las calles emparradas con pequeñas luces de Navidad y poder compartir y disfrutar, allí, en ese barrio, de nuestras maravillosas zambombas.

Aunque parezca difícil, la instalación puede acometerse por fases y comenzando por los aledaños de las plazas del Mercado o quizás de Belén. No es algo muy costoso y además de muy rápida ejecución, porque en dos-tres años una riparia sin injertar puede alcanzar cinco o más metros y cerrarse rápidamente con dos o tres veranos de calor. Abrir un pequeño alcorque cada tres o cuatro metros, plantar el portainjerto durante el invierno y regar el primer año en los meses secos.

Una verdadera joya, una ciudad vieja, sí, pero que puede ser única en el mundo. Y que, además, está ahí fácil, al alcance de nuestras manos.

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