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Koldocracia

Lo cierto es que la aparatosa llegada de don Koldo a la actualidad nos ha distraído de su ascenso al santoral progresista

Mañana jueves, la Comisión de Justicia aprobará el texto de la ley de amnistía, de modo que la impunidad del don Carles Puigdemont se encuentra ya algo más cerca. Y también su esperado advenimiento. Qué nervios. Lo cierto es que la aparatosa llegada de don Koldo a la actualidad nos ha distraído de su ascenso al santoral progresista; y ahora no sabemos si es don Koldo quien nos aleja oportunamente de don Carles, o es don Carles quien desvía nuestra atención, para que los oficios del señor Koldo, y su formidable capacidad de ascenso, queden en una suave penumbra. En ambos casos –don Koldo y don Carles– se trata de utilizar los recursos e instituciones del Estado en perjuicio de los administrados. Ya sea por adelgazamiento y distracción del erario público, ya sea por un uso interesado y laxo de las leyes, conducente al más admirable de los fines: la consagración de don Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Llamémosle a este singular disfrute de lo común koldocracia.

Por otro lado, en el asunto del señor Koldo resulta obvio que sus presuntas corruptelas se han dado al amparo del poder. Y ahora queda saber, tribunales mediante, si también se dieron con su concurso. Lo más infamante, en todo caso, es la extraordinaria vileza que ello supondría: malversar dinero público, en una hora dramática de dolor y aflicción, proporcionando, además, un material inservible. La cuestión es tan perfecta en su miseria (en el supuesto de ser verdad, repito), que podría figurar en una improbable edición, ampliada y mejorada, de El asesinato considerado como una de las bellas artes, obra con la que Thomas de Quincey se asomó, con estupor y asombro, al crimen moderno. En cuanto al episodio de koldocracia que se revela en la amnistía del señor Puigdemont, poco podemos añadir para quitarle mérito: estamos ante un señor que da un golpe de Estado, consigue escapar y luego regresa promoviendo leyes que no solo lo eximen, sino que inculpan a la democracia que aún lo reclama. Y todo, con el concurso inestimable del presidente de la nación agredida.

Que este hazañoso héroe del exilio sea, además, sospechoso de haber actuado en connivencia con una potencia extranjera, abiertamente hostil a los países de la UE, tampoco parece interesarle a don Pedro Sánchez. De hecho, don Pedro parece más interesado en no sabemos qué. Pero ese qué lleva el apellido Sánchez. Y como un nuevo San Pedro (cuántas veces cantará aún el gallo), se resiste a arrojar las llaves del chalé monclovita.

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