La ciudad y los días
Carlos Colón
Ministra fan, oposición Bartolo
Cambio de sentido
Si en las columnas gastásemos emoticonos, esta empezaría con el dibujito de la que se da un manotazo en la frente como diciendo "Ay, omá". Juanma Moreno, en un ataque de malajismo, responde a la pregunta sobre Doñana de una periodista con otra pregunta: "¿Usted se ha leído el proyecto de ley? A ver, dígame qué dice el artículo 5". Nos recordó al listo de First Dates, al que ya le dediqué un sentido homenaje en estas páginas. El hombrecico, para sentirse por encima de su cita, médica de profesión, le hizo un cuestionario desesperado y prepotente, al fin del cual sentenció que no hacía falta saber medicina, que con hacer fitness es bastante. El mansplaining más ridículo del mundo. Lo de Moreno sonó parecido, no tanto por pretender ser superior a la periodista como por no tener escapatoria dialéctica. Aun así, me pregunto si hubiera tratado con ese desdén a todo un señor vestido de todo un señor. Los sesgos inconscientes, cómo resbalan.
Esto sucede al poco de que Armas Marcelo escriba en El Español que hay que ver, que "las mujeres han entrado en tropel en la literatura como si fueran una turba de bisontes corriendo por las praderas del oeste: a toda velocidad y sin rumbo serio alguno". De locos. ¿Qué será lo próximo? ¿Gitanos escribiendo novelas? Ahora es escritora cualquiera, hasta las de pueblo y de familias humildes, y escriben (¡y hasta las publican!) de su bella gracia y sin pedir su visto bueno. No hay más que leerme.
En la entrevista a Évole, Yolanda Díaz reconocía haber sufrido en sus carnes comportamientos machistas de Sánchez e Iglesias. "¡Oig, qué va, imposible!", dicen otras del entorno que, estoy segura, no podrán negar que aún persisten niveles desequilibrados de testosterona en los ambientes de poder, salvo que los hayan metabolizado y aprendido a comportarse como hombrecitas. Feminizar cualquier ámbito de la vida pública no es, no sólo, que haya mujeres en igualdad en cada uno de ellos, es una manera distinta de hacer las cosas. Entre Margaret Thatcher y Mary Beard hay un abismo.
Ante el machismo de baja intensidad, de sesgo inconsciente y cruzado de clasismo, propongo microfeminismos: palabras, hechos y omisiones que no pasen por hacer pedagogías (el que quiera saber, que espabile, que se lo está perdiendo), sino por acompañarnos unas a otras y dejar en evidencia lo lejanas que resultan ya ciertas actitudes. Poco a poco, se abre el espacio donde nos encontramos con hombres que nos toman y tomamos de la mano.
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