Miedo de qué

Tras quince días intentándolo, confieso mi error al querer disiparlo: el miedo a Vox es muy lógico

No se asusten. No me he confundido. No he mandado el artículo de hace siete días, que tenía un título muy parecido. Aquel se titulaba "Miedo de qué" y éste "Miedo de qué". Son diferentes por la entonación. Con el título antiguo preguntaba que de qué había que tener miedo ante la emergencia de Vox: era una pregunta retórica de negación. Ahora "Miedo de qué" tiene un tonillo pedante y profesoral, porque, tras diez días tratando de calmar el miedo que se detecta en tantas tertulias y escritos, he cambiado de estrategia. Desistiré de calmarlo y trataré de entenderlo.

Mi viejo argumento era que "o Vox es la ultraderecha, y entonces no hay que tenerle miedo, porque no crecerá; o no es la ultraderecha, y entonces no hay que tenerle miedo, aunque crecerá". Lo puse por escrito y lo he desparramado por lo oral. Hasta que me he dado cuenta de que los que me decían que no, que no, que no, me estaban diciendo que sí, que sí, que sí.

Esto es, que, en efecto, saben (aunque no lo confiesan) que Vox no es la ultraderecha, y que, según mi silogismo, tiene muchas posibilidades de crecer, pero eso no les quita el miedo, en absoluto. Al revés. Porque no tienen miedo de la ultraderecha: lo tienen de la derecha. Más miedo, aunque es el mismo, le tienen las "otras derechas".

Es un miedo pánico, como demuestra que por doce diputados autonómicos (decisivos, pero con poco margen de movimiento, como decíamos ayer) estén mucho más asustados, obsérvese, que por el gobierno anticonstitucional de Cataluña o por los pactos leoninos del Gobierno de España con nacionalistas y comunistas a la violeta.

El miedo a la derecha, sin complejos pero sin totalitarismos (contrástese el programa de Vox) se debe a un acuerdo tácito e inconsciente que ha existido en la democracia española. Que llamaríamos "progreso" a ir izquierdizándonos incesantemente todos. En lo social y en lo ideológico, el sistema ha vivido de las rentas de una derecha dispuesta a ir vendiendo su patrimonio a cambio del plato de lentejas de un carnet de demócratas. Esto puede explicarse más, pero me estoy quedando sin espacio y tengo una confianza grande en la inteligencia de mis lectores.

El miedo a Vox, por tanto, no es tan inexplicable como pensé cuando lo quería explicar. Tiene su lógica aplastante. Supone, como quien no quiere la cosa, la impugnación del sistema monetario ideológico que ha imperado en España durante muchísimo tiempo.

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