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Miércoles Santo

Amiguitos, si quieren “construir pueblo”, bájense un rato a la calle en un Domingo de Ramos y verán el milagro

Hay gente que odia la Semana Santa –por las molestias, los ruidos, las aglomeraciones–, pero es indiscutible que el espectáculo resulta fascinante. El pasado Domingo de Ramos, antes de que la lluvia interrumpiera las procesiones, me estuve fijando en la gente que ocupaba las aceras. Qué espectáculo para la vista. ¿De dónde surge ese deseo de ponerse guapo, de vestirse bien y de salir a la calle “endomingado”, como decían antes nuestras abuelas? En esta época que considera la belleza física como una peligrosa muestra de desigualdad y casi de fascismo –aunque todo el mundo viva obsesionado por ella–, que la gente exhiba orgullosa su elegancia es casi un acto subversivo. Había un grupo de músicos muy jóvenes que llevaban el pelo cortado como los futbolistas –en algún círculo del infierno habrá un área reservada para los inventores de esos cortes de pelo–, pero aquellos chicos iban vestidos con sus vistosos uniformes decimonónicos, con quepis y alamares y penachos de plumas, y caminaban con la misma seriedad que si estuvieran participando en una recepción en un palacio real. Eran chicos de barrio, gente muy humilde que vivía en la periferia donde la belleza física no suele ser una visión nada común, pero con qué elegancia lucían sus uniformes y manejaban los instrumentos. Por cierto, uno de aquellos niños llevaba un bombo que era casi el doble de grande que él. Y por su expresión, estaba claro que lo llevaría del triple de tamaño si hiciera falta.

Hay una cierta izquierda –por lo general, la más pija– que odia la Semana Santa porque la considera supersticiosa y decadente y no sé cuántas cosas más. En cierta forma es normal, porque ninguna ideología ni ningún dogma político podrá movilizar a la gente como la moviliza la Semana Santa. En todos los manifiestos de la izquierda se repite ochenta mil veces la idea de que hay que “construir pueblo” –signifique eso lo que signifique–, pero ninguno de esos ideólogos ha caído en la cuenta de que ese milagro conceptual sólo lo ha conseguido la Semana Santa, y lo ha logrado sin estudiar a Lenin o a Gramsci, y sin aplicar el materialismo dialéctico –sea eso lo que sea–, y sin más herramientas que la memoria compartida y la vida de las hermandades. Así que, amiguitos, si quieren “construir pueblo”, bájense un rato a la calle en un Domingo de Ramos y verán el milagro.

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