Momias

En lugar de transformar la realidad, imponen un lenguaje melindroso, horrísono y contrahecho

La increíble propuesta de los museos británicos, que piden sustituir la mención a las momias, nombre al parecer infamante, por la supuestamente más respetuosa de personas o restos momificados, no puede sorprender en estos tiempos, pero no deja de ser chocante el empeño en la creación de una neolengua reparadora. A decir de sus críticos, la denominación tradicional tiene efectos deshumanizadores, aunque designe los restos de hombres o mujeres que murieron hace miles de años y acaso contemplan, desde el improbable ultramundo, cómo los cuerpos que habitaron son exhibidos y deshonrados, maldiciendo a los profanadores como en las novelas de aventuras. Tal vez no merezca la pena entrar en el debate casi metafísico de si una persona muerta puede considerarse una persona, porque además, en este caso, parece que no se cuestiona la exposición, al contrario que en otros como los de la llamada Venus hotentote, ultrajante nombre artístico de la desdichada Sara Baartman, o el bosquimano de Bañolas, piezas notoriamente injuriosas que fueron por fortuna retiradas de los museos. Las lenguas europeas tomaron la palabra momia del árabe clásico, que designaba con el término mumiya, derivado a su vez del persa mum, el betún empleado en el embalsamamiento, pero además de los famosos ejemplos del antiguo Egipto, así llamados desde la conquista del país por los jinetes de Alá, encontramos prácticas similares entre los chinos, los tibetanos, los incas o los guanches, sin contar casos particulares como el de la persona momificada de Lenin o las de los Kim en Corea del Norte. En origen, la momia se refería al bitumen de Judea, ya prescrito por Galeno y también denominado asphalto. Fueron pues los árabes los que identificaron la cera con los cadáveres embalsamados, hasta el punto de que durante siglos se consideró que la dudosa "carne momia" tenía propiedades medicinales. Luego la literatura fantástica, a través de autores como Gautier, Stoker, Conan Doyle o Rider Haggard, introdujo el motivo en el imaginario del terror gótico. ¿Ofenden a alguien sus deliciosos relatos? ¿Tiene la palabra momia resonancias colonialistas? Días atrás, uno de los corresponsales que daba la noticia, quizá consciente de su banalidad, preveía con escándalo que iba a desatar la reacción irónica de los "columnistas conservadores", y es que los valedores del progreso no están para bromas. Pero más que hacer chistes, lo que cabe es lamentar que los defensores de los oprimidos, en lugar de transformar la realidad, como proponían sus admirables predecesores, se limiten a imponer un lenguaje melindroso, horrísono y contrahecho que no conlleva avance ninguno.

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