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Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

'Nueva normalidad' episodio II: La paradoja imposible

Instalados en una perdurable e insistente pandemia, que descompone sus cuerpos y corroe la escasa conciencia que pudiese quedar en su consciencia, no ya las gentes -adentrarme por los vericuetos que tienen que ver con las personas, como seres, no es ahora mi intención- si no los responsables de las decisiones políticas que condicionan, y a veces determinan, las circunstancias en las que vamos a poder educar a nuestros hijos, optar a un trabajo digno, un hogar confortable, a posibilidades ciertas de desarrollo y progreso, a vivir de acuerdo con la libertad a la que estamos destinados; parecen regodearse en su cinismo: no buscan la siempre deseable y factible mejoría, ni perfeccionarse… no se esfuerzan por la honestidad, no luchan por la lealtad. Muy al contrario, su querencia es perpetuarse en la situación de privilegio -del todo innecesaria, inconveniente, e injusta- en la que viven: unos, sabiendo al detalle las prebendas que aguardan a “los elegidos”, otros, sorprendidos por lo afortunado -sólo para los sujetos en cuestión, claro- de la circunstancia que los depositó en un Olimpo del que ni imaginaba la generosidad de sus canonjías ni al que se habían jamás acercado, siquiera en sus mejores sueños, a la posibilidad, ni próxima ni remota, de que en algún nefando, para cualquiera que no sean ellos, momento pudiesen aterrizar en los dulces campos de placer, vino y rosas en los que pacen… muy lejos de los padecimientos de los bobos que les facilitaron la escalera para llegar dónde están, de los 'listos' que pensaron que no les iba a afectar, y de los que, sin culpa directa en el entuerto, nos vemos obligados a acarrear con parte del pesadísimo fardo, lleno, hasta los topes, de una estupidez absolutamente ilimitada.

Nadando en aguas en las que se sienten cómo pez en la propia, nuestros repugnantes protagonistas manejan a su antojo, sin atisbo de escrúpulo alguno, los 'dos virus' responsables de enviar a “la palabra”, como instrumento respetado y válido de comunicación, a la 'UCI': la deformación y el descrédito. Ajenos por completo a los requerimientos de un ausente remordimiento, arrepentimiento y rectificación, se sirven del lenguaje convirtiéndolo en vulgar machete, en lugar del delicado bisturí que debiera ser; despojan a 'la palabra' de la credibilidad que tuvo, sin la cual su destino pasa de noble a villano.

La paradoja se convierte en algo razonable, la incongruencia se muestra hermanada con la coherencia, se reduce la lógica al absurdo. Es un mundo en plena deconstrucción, al que se nos invita para 'disfrutar' de su pretendida construcción.

Nos muestran, pretenden demostrar, cómo se sube, yendo hacia abajo: aunque ni ellos lo crean, hacen posible que otros muchos si lo hagan; pregonan lo que no practican: siempre habrá una ridícula excusa, aceptada por la inexistente conciencia de las masas, con la que 'justificar' lo que no lo admite; prometen lo irrealizable: la palabra, mejor dicho: lo que ellos han convertido en 'palabra', consiente todo, también lo inaceptable: se la lleva el viento… las memorias de los desmemoriados son fugaces… y muy frágiles, tienen aliados entre los que deberían ser censores; ayer decían “no” a lo que hoy dicen “sí”, pero nada ocurre: su “palabra”, maltratada, prostituida y desmembrada, hallará el modo en el que aquel “no” tenga consistencia de “sí”, y el “sí” de ahora, alcance la misma validez del ´”no” de ayer; lo blanco puede ser negro, y viceversa: dependerá de la tonalidad que se considere… estará en función de la luz con la que miremos… será de acuerdo con la cualidad de los ojos que lo contemplen… y, así… ¡todo!

Los creadores de las palabras nuevas, esas que ya no se pueden considerar 'palabras', asientan su proyecto vital sobre la vacuidad y la desmemoria de los que creen en ellos, el éxito de su empresa será la ruina de sus seguidores, de los que permanecieron en un suicida 'al margen' y de los que no empeñaron suficiente esfuerzo en combatir la lacra que suponen.

Los … 'palabreros', así voy a denominar a estos bellacos, han hecho del sofisma su filosofía de vida, que no es otra que la de una rapiña enquistada, enfermiza y dañina: no se puede calificar de otro modo a su desmesurado afán de poder, a la ambición exagerada que les puede, al desprecio, mal disimulado, que sienten por todos los que dicen defender.

Viven en la contradicción permanente, no pueden alcanzar lo que les obsesiona, carecen de las cualidades necesarias: no tienen la capacidad ni la voluntad ni el espíritu de sacrificio ni la humildad ni el suficiente empeño ni el talento ni la convicción ni la abnegación que hacen falta para lograr un propósito, con respeto, nobleza y generosidad; por lo que recurren a lo que dominan: la abyección propia de los fementidos más persistentes y despreciables.

Sabemos, los que estamos aprendiendo a saber algo, que, por triste desatino de los dioses, la estupidez domina sobre todas las otras muy escasas cualidades que se distribuyen en las consciencias repartidas entre los seres que pretenden aparecer como humanos; sabemos, que el arte de la deducción, al alcance de cualquiera que lo anhele, es 'rara avis' en el mundo que nos toca vivir; sabemos, que las gentes no quieren acostumbrarse a aceptar lo que no les conviene; y sabemos, que cada vez son menos los dispuestos a luchar, hasta el sacrificio pertinente, por lograr lo que ansían: con estos paños, ya me dicen ustedes que calidad de trajes podremos confeccionar…

Aunque no lo pareciese, la mayor responsabilidad en la tragedia que se nos está echando encima, no es la de los trileros oportunistas procaces facedores de palabras, que también, si no la de los mentecatos, aglomerados y consumidos por deleznables obsesiones consumistas, que asumen, con regocijo, comulgar con las ruedas de molino que les presentan, en plato de plástico, eso sí: reciclado, a cambio de un descuento para deglutir una pedazo de carne grasienta con patatas congeladas, en la hamburguesería de la esquina. (Continúa)

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