SI bien es cierto que el candidato socialista Pedro Sánchez es el dirigente que más empeño ha puesto en que España no repitiese las elecciones generales, estos cuatro meses dejan al PSOE anclado en una estrategia sin sentido: si los socialistas se empeñan en no pactar con el PP, pero no consiguen el apoyo conjunto de Ciudadanos y Podemos, ¿qué alternativa es la que proponen? Estos cuatro meses han demostrado que un partido que cuenta con sólo 90 diputados, y que no tiene aliados a su izquierda, no puede liderar unas negociaciones; si los resultados se repiten, el PSOE tendrá que dejar paso al PP, que es lo que sostenían algunos notables socialistas a los que le faltó el valor de solicitarlo públicamente. El empeño titánico de Sánchez, convertido en empecinamiento, ha sido contraproducente al final. Los barones siguen sin darle el apoyo y cualquier asunto menor, como el puesto que Eduardo Madina ocupará en las listas, se convierte en motivo de escaramuza entre Ferraz y las ejecutivas territoriales. Sánchez ha cometido el error, subsanable aún, de entregarse a los peligrosos juegos de Podemos, aun sabiendo que su dirección es tan de fiar como un trilero. Habría bastado la propuesta de Pablo Iglesias de autonombrarse vicepresidente para que Sánchez hubiese desistido de llamar a una puerta donde no le querían y donde él no debía llamar. La única estrategia de Podemos, al menos la de esta dirección, es la del poder, la de convertirse en el partido hegemónico de la izquierda para después asaltar los cielos, por utilizar la indicación marxista de su dirigente. El PSOE se muestra hoy como un partido confuso en sus alianzas de Gobierno, dividido en su seno y entregado a un partido joven, pero de pedigrí muy poco democrático. Si los socialistas no son capaces de reformular su alternativa sin complejos, si no son capaces de ofrecer algo más que echar al PP, el electorado volverá a colocarlos en el lugar que quedaron el 20 de diciembre, en un lugar donde no pueden formar Gobierno.