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EL contento generalizado de todos los amantes de la libertad por la sentencia de la Audiencia Nacional que ha levantado el velo a la parte del conglomerado terrorista que pretendía quedar oculta tiene, cómo no, una excepción cualificada: Ibarretxe y todo el Gobierno vasco han rechazado la sentencia. Según ellos, "hiere la democracia" e impone el encarcelamiento de personas por sus ideas.

No vale la pena indignarse. Después del paréntesis que supuso el liderazgo de Imaz, el nacionalismo democrático vasco, y sus comparsas de IU, vuelven por donde solían: a condenar el terrorismo etarra... y a lamentarse de que el Estado democrático emplee todas sus armas legítimas para acabar con esa lacra. No otra cosa es lo que la sentencia significa.

No se manda a la cárcel a nadie por sus ideas, por descabelladas que sean -que lo son-, sino por militar en una organización terrorista. Lo que los magistrados de la Audiencia han establecido, mediante una instrucción llena de rigor y abundosa de pruebas, es que las organizaciones y sociedades a las que pertenecían los imputados no coincidían con ETA sólo en sus planteamientos: es que formaban parte de ETA, tanto como los que empuñan las armas -y mandan en los demás-, aunque se dedicaban a otros frentes de actividad (financiación, relaciones internacionales, propaganda...).

Esto viene de cuando, en 1993, se requisó a un dirigente de ETA el documento que detalla el plan de actuación de todas las estructuras de la llamada izquierda abertzale -mal llamada, al menos en el sustantivo- bajo la dirección de "la vanguardia" (los pistoleros). Tomemos el ejemplo del periódico Egin. Su director y directora adjunta habían sido designados por ETA en una reunión celebrada en un hotel francés, en 1992; ETA transmitía sus consignas sobre el funcionamiento del diario a través de un sistema de claves y controlaba los nombramientos de los miembros de su consejo de administración; Egin, por su parte, avisaba públicamente de las redadas policiales para alertar a otros presumibles detenidos y que se dieran a la fuga, y publicaba dos secciones de anuncios que eran utilizadas por los terroristas y sus cómplices para mantener contactos y enviarse mensajes.

Si eso no es integración en una banda armada, que venga Dios y lo vea. Y tres cuartos de lo mismo valen para Ekin, Xaki y toda la sopa de siglas con las que se ha querido disfrazar una única realidad de terrorismo organizado en diversos frentes. El boletín 69 de ETA lo aclara del todo: la portada la ocupa el dibujo de una trainera patroneada por un etarra con capucha y fusil en la que otros individuos -éstos, con boinas- con camisetas con las distintas siglas de la trama reman a las órdenes del encapuchado. Remeros del mal.

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