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Dentro y fuera

Fermín Lobatón

Ni por Semana Santa

POR una carambola del destino, ocurre que esta Semana Santa la paso en un singular retiro, que no es ni por asomo una isla desierta, pero sí un espacio con condiciones para un cierto alejamiento del entorno cotidiano y sus rutinas. Concurre que no dispongo de televisión: solo me acompaña un dispositivo móvil, donde escucho música y, ocasionalmente —mis vicios radiofónicos tienen ya un carácter mecánico—, noticias.

Suele ser por poco tiempo, porque, en breve, la escucha se convierte en el día de la marmota. La campaña electoral no deja de ofrecer más de lo mismo, y aunque sea de pasada, no he podido observar grandes cambios. No pasa desapercibida, sin embargo, una notoria elevación del tono, especialmente en dos aspectos: el de las promesas, que adquieren ya una condición delirante, y el de los insultos, qué rayan en el paroxismo. Es difícil predecir a dónde van a llegar en este crescendo. Ingenuamente, uno pensaba, e incluso puede que hubiese llegado a escuchar, que se iba a respetar el carácter de estos días, pero esa parece ser una más de las promesas incumplidas. Ni siquiera a aquellos políticos de ideología más confesional se les observa una actitud acorde con las fechas.

Se supone que siguen siendo válidos aquellos preceptos que me inculcaron en mi educación cristiana: aquello de no levantarás falsos testimonios ni mentirás, por ejemplo. Pues nada, ni siquiera un candidato que creo haber escuchado que es o era pastor evangélico se priva, y se despacha a gusto y como el que más. Menos mal que determinadas y señeras cofradías se han negado a ser utilizadas y han rogado respeto, que si no, nuestros cristos y vírgenes habrían entrado en campaña. Todo por una foto y un voto. ¿Será de iluso pensar que será a partir de hoy Jueves Santo cuando comience el necesitado tiempo de silencio?

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