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Rafael / Padilla

Tabú

13 de diciembre 2015 - 01:00

MI hijo, que trabaja en el centro de Sevilla, me llama alarmado: en una semana ha presenciado tres suicidios en las cercanías de su empresa, sin que de ninguno se haya dado después noticia en los medios de comunicación. Quiero darle hoy respuesta a su inquietud acerca de la proliferación del fenómeno y la opacidad que le rodea.

Sobre la oscilación del número de suicidios en España, nos ilustra el psiquiatra Jerónimo Saiz: en nuestro país hay alrededor de diez muertos diarios por suicidio, sin que la crisis económica haya representado un cambio significativo en las cifras. Según el INE, subraya, de 2008 a 20l4, la media de 3.600 muertos al año se mantiene. A su juicio, estos sucesos suelen estar vinculados en la mayoría de los casos con patologías psiquiátricas. No parece, pues, que la coyuntura económica haya modificado un escenario más o menos estable.

De lo segundo, de la conveniencia o no de que estos incidentes se trasladen al público, el propio Saiz indica que se trata de un tema polémico. Porque puede conllevar peligro de imitación, es práctica habitual de los medios el obviarlos en sus contenidos. Juan Carlos Suárez, profesor de ética periodística en la Universidad de Sevilla, nos recuerda que, aunque no existe prohibición legal, son muchos los códigos y libros de estilo que la introducen. No dejan de constituir, al cabo, dramas que pertenecen al ámbito familiar. Añade que aquí, como en los malos tratos, surge, por su mera divulgación, un cierto riesgo de contagio. Por eso hay que tener mucho cuidado e intentar, al menos tratándose de personas anónimas, conciliar bien los intereses en conflicto.

No comparte tal opinión el precitado doctor Saiz: para él, si no se habla de estas conductas parece que no existen, pese a figurar, como figuran, entre las principales causas de fallecimiento, por encima, por ejemplo, de los accidentes de tráfico. "No es bueno hacer un tabú de la información de suicidios", concluye, porque, aun apreciándose efecto epidémico entre adolescentes, éste no está demostrado entre adultos.

Demasiados factores como para establecer una norma ideal. No es bueno que la problemática se desconozca, ni tampoco que se instale en un perpetuo silencio falsamente tranquilizador. Y a la sensatez de quienes gestionan qué cosas deben llegar a la sociedad y cuáles no, hay que encomendar la visibilidad, respetuosa y cauta, de un hecho tan extendido como seguramente tóxico y delicado.

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