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Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Okupa

Lo habitual termina por hacerse costumbre. No importa de qué asunto nos ocupemos, tampoco del individuo del que se trate; al fin, la reiteración mantenida en el tiempo tiene la capacidad de convertir en común lo que quiera que sea, incluso aquello que, por su excepcionalidad, no tenga nada de frecuente o sea del todo inusual.

Algo de esto es lo que está sucediendo en España. Nuestra hermosa nación: Sabia, por experiencia; Noble, por la heroicidad de muchos de sus hijos; Grande, por Historia; pasa por tiempos difíciles, oscuros y tenebrosos. Ensombrecida por funestos presagios, acechada por la infamia de gentes mezquinas, convulsionada por las tropelías de unos, las pendejadas de otros o las traiciones de muchos; padece una degradación que no merece, sufre de afrentas que no le corresponden y soporta miserias que, en Justicia, deberían serle ajenas.

Un ejemplo, más que alarmante diría que pavoroso, es la muy preocupante pérdida de seguridad jurídica, base estructural de cualquier sociedad que aspire a vivir en paz y libertad. El derecho a la propiedad es una de las imprescindibles piedras angulares sobre las que se ha basado el progreso, la evolución y el bienestar de las gentes que habitan países libres, humanos y prósperos; sin embargo, todos aquellos que, como los regímenes comunistas habidos desde su origen a principios del siglo XIX, la han recortado, enmascarado o prohibido, sólo han llegado a la desolación, la esclavitud y la muerte de los ciudadanos obligados a sufrirlos.

No es posible avanzar, crecer y mejorar, si la identidad que necesitas y la esperanza que te anima no encuentran los apoyos necesarios para hacerse fuertes, estables y permanentes; no es posible. El imperio de la Ley es el único capaz de hacer frente, con posibilidades de éxito, a la ley de la jungla: la del más fuerte, la que condena al débil y protege al poderoso, no importa si tenga éste razón o no, da igual si sea justo o injusto lo que exige: siempre será el privilegiado quien conseguirá el favor en la discusión, el bien que se disputa o la prebenda en cuestión ¿Esto es lo que queremos? ¿A esto es a lo que vamos a regresar…?

Sales de tu casa, a pasar un fin de semana con tus amigos. Cuando regresas, la llave de la puerta no logra abrirla, oyes voces en el interior… vuelves a intentarlo… ¡nada! Llamas al timbre… vuelves a hacerlo… Das unos golpes, no muy fuertes, en la puerta… ¡nada! Vuelves a golpearla, esta vez con más fuerza y mucha más inquietud… nada. Ya, entre la sorpresa, la incredulidad y la angustia, aporreas el portón sin contemplaciones, a la vez que gritas: ¡Abran la puerta¡ ¿Quién está ahí? ¡Abran, esta es mi casa!

Al otro lado, en el interior, de repente se hace un silencio… pasajero. Después… voces y griterío ¡Qué quieres! -te escupe alguien desde tu casa- ¡Fuera de aquí, cabrón! -repite, con desprecio, la misma voz- Estrellas, entonces, tus nudillos contra el familiar pedazo de madera que te franqueaba la entrada a tu hogar… hoy, ¡no! La indignación se mezcla con la estupefacción, el cabreo va en aumento, sientes la sangre golpear con… demasiada fuerza tus sienes ¡No das crédito! Eso pasa... ¡no sé…! ¡en la televisión! Piensas, sin haberte detenido en meditarlo, que eso les sucede a los demás, pero no: te está ocurriendo a ti, es tu casa -lo era-, han entrado y te la han quitado; y… la tragedia es que … ¡NO PUEDES HACER NADA!

No puedes hacer nada, salvo darle dos patadas a la puerta y cuatro hostias a los allanadores… para luego ir a la cárcel por defender tu propiedad y proteger tu integridad; o ir al Juzgado de Guardia a poner una denuncia que, en el mejor de los casos, tardará entre dos y tres años en darte la posibilidad de recuperar los restos de lo que te hayan querido dejar los hijos de la gran puta que te robaron lo que ganaste con el sudor honrado de tu frente, a costa del tiempo sacrificado por las gentes a las que quieres y con el menoscabo ingrato de tu salud. Es lo que dice una ‘Justicia’ sorda, caprichosa y, sobre todo, injusta. Los que la modelan: diputados y senadores de generosas panzas y abultadas cuentas corrientes, les importa un carajo lo que a ti te pase. Los jueces, simples aplicadores de las injustas leyes aprobadas por zánganos incompetentes, poco o nada pueden hacer más que ceñirse a la normativa. Pero tú, con tu familia, te has quedado en la puta calle, y… ¡manda cien mil pares de ‘güevos’!, no puedes hacer nada: morderte las tripas y… esperar, o buscarte una ruina dando lo que merecen a las comemierdas que te arrancaron lo que es tuyo, se descojonaron de tus derechos y se cagaron en tu libertad. Luego, vas y se lo agradeces a los que te dicen que “la Ley es suficiente para garantizar los derechos de los ciudadanos”, y se queda, en este caso, señora ‘menestra’, tan tranquila en su pedazo de casa vigilada las 24 horas del día los siete días de la semana por las fuerzas de seguridad del Estado, que tú pagas para que no puedan proteger lo que te roban gracias al desamparo en el que te dejan los que votase para que no lo hicieran.

‘Okupas’ por todo el santo país, cada día más, y sin que los que tendrían que hacer algo para poner solución no hagan nada para arreglarla ¡Esto es una puta mierda, nauseabunda y repugnante!

Son, los políticos ineficaces, ocupas de las Instituciones: ¡Os pagamos para que trabajéis por nosotros, ¡coño!, no para que os lo fundáis en dietas, gambas, coches oficiales, billetes en primera clase, hoteles de cinco estrellas, exageradas mansiones, viajes innecesarios, y lo que aún no sabemos, ¡carajo! Y ocupas son los que se sientan en el Congreso para solucionarse la vida y asegurarse la jubilación, sin dar palo al agua -o los menos posibles-, sin cumplir con lo que están obligados y a lo que nadie les forzó, y sin respetar a quienes deben servir.

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