Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Yates y chiringuitos

Los días de descanso consisten en dejar de ser lo que habitualmente somos, fingimos ser otros

Cuando llega el verano, con la sal del mar, el silencio de los pueblos o los viajes a otras latitudes, lavamos el alma y sustituimos las rutinas grises, por la luz y las ilusiones. Los días de descanso consisten en dejar de ser lo que habitualmente somos, cambiamos de indumentaria, y sin calcetines, ni medias, fingimos ser otros, más jóvenes, menos agobiados, más felices. En verano todos somos unos impostores.

Si regresamos al pueblo del que un día salimos, contamos maravillas de la gran ciudad que tanto nos atosiga. Si viajamos a algún lugar desconocido, lo describiremos como si del paraíso se tratara. No es el verano tiempo propicio para lamentarse de nuestras vidas, sino para aparentar que somos más listos, más guapos, más simpáticos y exitosos de lo que realmente somos. De escapar de la realidad.

Pero no todos veranean igual. Los hay quienes lo hacen en lugares donde poder encontrarse en bermudas con los mismos con quienes durante el resto del año, lo hacen trajeados en aburridos desayunos de trabajo en los hoteles más caros de la capital. Sonrientes y bronceados comentan lo bien que les va y ríen descreídos las desgracias ajenas. A la vuelta alardearán de los contactos realizados. Y trasmitirán a todo el mundo la falsa idea de que ellos no descansan nunca. Ni siquiera cuando acuden a alguna lujosa fiesta de beneficencia. El resto serán partidos de pádel para sentirse jóvenes caminando por la pista y cenas a precios desorbitados. Fingen ser tan amigos del alma, que incluso comparten vacaciones, pero no lo son. Están allí para mirar y ser vistos. No necesitan ser otros, porque se saben los dueños del mundo y carecen de complejos. Ya sea bajo un sol abrasador o en el invierno más frío, siempre lucen la misma máscara, esa que de tanto usarla se ha convertido en su único rostro. Desconocen lo que es el verano, porque viven en uno interminable.

Pero la mayoría sí que lo aprecia cuando viaja en busca de distancia, paz o conocimiento, ya sea por carreteras o libros leídos a la sombra de árboles silenciosos. Se ríen más, hablan más, se mueven más. No esconden sus ojos tras las gafas de sol, ni sus almas bajo polos de marca. Disfrutan durante unos días sabedores de que están en un baile de disfraces, en el que les está permitido ser otros. De ahí que el ancho de sus sonrisas en los chiringuitos supere a los decibelios de las carcajadas que llegan de los yates. Fenómeno éste extraño, que sólo sucede en verano, y que explica por qué las vacaciones son tan cortas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios