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Estos regalos no han sido tanto porque hayamos sido buenos, sino para que tengamos que serlo

No hay artículo al año que escriba más retozón que el que se publica en la mañana de Reyes. Lo hago con la ligereza y la liviandad de saber que no tendré lectores. Todos ustedes están abriendo sus regalos, como corresponde, o tomando el roscón, tras apartar la fruta escarchada, y los más sacrificados estarán ya poniendo las pilas a los juguetes de sus hijos y pasando el calvario de montarlos. Mucho ánimo.

Yo escribo animadísimo porque nada me pesa más que la responsabilidad diaria de que ustedes me vayan a dedicar cinco minutos de su tiempo y de que puedo no estar (fácilmente) a la altura de su interés o de su generosidad. Cinco minutos no es poco, porque es lo que leo de la Biblia cada día y ya le he dado unas cuantas vueltas, aunque no se me note. Cuando alguien me comenta por la calle que me lee todos los días, me entran ganas de darle una lista de lecturas mejores. Hoy, por fortuna, fallarán hasta los más fieles y yo mismo no estaré pendiente de las reacciones de Twitter o los comentarios en Facebook, liberado por vuestra indiferencia, Dios os la pague. Y a los Reyes Magos, tantos regalos.

Aprovecharé, pues, para ponerme impertinente, siquiera conmigo mismo, que soy el único que queda aquí, y eso porque lo escribí la tarde antes. Esta mañana es para estar muy agradecidos, pero también para recordar que nada es gratis. Estos regalos que nos han hecho no han sido tanto porque hayamos sido buenos, sino para que tengamos que serlo. ¿Para corresponder a tanto cariño? Por supuesto.

Pero también para ganarnos los regalos. Hay un famoso epigrama, me suena que de Marcial, en el que se ríe de uno que, por comprar cítaras y laúdes, se creía ya un músico consumado. La clave, nunca mejor dicho, estaba en tocarlos, no en tenerlos. Con los libros, pasa igual. Y aquí los tengo, a estrenar, cientos de páginas. Y con la ropa. Ayer estaba leyendo un poema en inglés y traduje mal: "Curiosamente sólo conocemos la verdadera esencia de las cosas cuando nos gustan". Me encantó. Luego caí en que lo curioso era que la conocemos sólo cuando las comparamos, que tampoco es manca: pero acierta más la del gusto, la errónea. Tenemos todo un año para ir haciéndonos (las cosas también se domestican) con nuestros regalos y sacándoles el máximo partido y queriéndolos de veras hasta descubrir su esencia. No hay tiempo que perder, y espero que no lo esté perdiendo, al menos hoy, con mi artículo.

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