Lecturas contra el coronavirus

Jesús Rodríguez

El afinador de fuentes (Capítulo 61)

Una viña en el pago de Carrascal, en Jerez.

Una viña en el pago de Carrascal, en Jerez. / Bodegas Luis Pérez

Pasó el tiempo. Llevaban ya cumplida el marqués y el conde casi la mitad de la pena que les había sido impuesta.

El negocio del brandy había prosperado y Jacobo pasaba sus jornadas entre la bodega y una viña que había comprado en el pago de Carrascal, en la carretera de Morabita.

No era muy extensa –poco más de veinte aranzadas–, pero Jacobo se engloriaba con el paisaje de aquel pago, que tan ricos vinos producía. A ambos lados de la carretera, los cerros se copiaban unos a otros: todos se veían lisos, cónicos y blancos, como osarios de mundos remotos. La abundancia de sus laderas la poblaban la vid y el trigo.

El paisaje le gustaba sobre todo en esa época en que la viña se ve todavía blanda y derrama un olor verde húmedo, mientras el trigo llena las hazas de un aroma seco y salado, como de hombre… Sí, de hombre: ningún fruto como el trigo huele a hombre, a corazón de hombre aventado en la era de la vida.

Jamás quiso habitar la hermosa casona de ‘Lavapájaros’, que estaba únicamente dedicada al alojamiento de los clientes y distribuidores importantes de la bodega. Varias veces, amigos le pidieron que les permitiera celebrar una boda, aunque fuera solo en el almijar, pero él siempre se negó, diciendo: “Aquí no se han celebrado más bodas que las de quienes llevan sangre San Juan de Aliaga y así seguirá mientras la finca sea mía”.

Una mañana, mientras Jacobo despachaba con don Gervasio, apareció por los escritorios ‘El Tabardillo’ diciendo que tenían que hablar urgentemente.Lo recibió en cuanto terminó la reunión.

‘El Tabardillo’ hablaba con mucho nerviosismo y atropellándose, como si su cerebro trabajara a mayor velocidad que sus cuerdas vocales:

–Don Jacobo, una oportúnica unidad… Quiero decir una oportunidad única. Si le interesa se puede usted quedar con la bodega del conde de Henestrosa.

–¿Y cómo es eso?

–Pepito Etiqueta, don Jacobo… Ya sabe usted que, además de guasaviva, es un botarate. ¿Quiere usted creerse que no se le ocurrió otra cosa que embarcar dos mil botas de sus mejores vinos a un distribuidor de Filipinas?... Y claro, como estamos en guerra con los americanos, pues resulta que han decomisado los barcos y cuando el tonto este de Pepito ha reclamado a las autoridades americanas la devolución de la mercancía le han contestado que nanay, que ya se verá si estaba destinado a venderse en las tabernas o para darle ánimo a los soldados españoles… El caso es que lo han dejado sin una peseta y no puede pagar a sus proveedores. Ha pedido dinero a los bancos pero, entre que no se fían de él y que no ven claro el negocio en sus manos, lo cierto es que se lo han denegado. Para no cansarlo: que está sin blanca y necesita urgentemente un dineral. Tan necesitado está que ha puesto en venta la bodega para no tener que vender el resto de sus propiedades, como le pasó a su suegro.

–¿Y de qué cantidad estamos hablando que necesita ese imbécil? –preguntó Jacobo–.

–Pues medio millón de pesetas, nada menos.

Jacobo se quedó en silencio. Iba ya ‘El Tabardillo’ a plantearle las ventajas de aquel negocio, cuando respondió:

–Juan, le quiero pedir un favor de amigo. Un favor que tendrá que mantener para siempre en secreto.

–Dígame, don Jacobo. Si está en mis manos, delo por hecho.

–Lo está, Juan. Quiero que le haga llegar a ese imbécil las quinientas mil pesetas. Dígale que es un préstamo de un amigo de su padre que quiere permanecer anónimo y que le costará un interés pequeño, que podrá devolver en diez años… Y otra condición innegociable: debe renunciar irrevocablemente a su cargo de administrador único del negocio en favor de su mujer. Dígale que, sabiendo lo que ha pasado, quien le presta el dinero no confía en su gestión y teme que, antes del plazo de la devolución del préstamo, la bodega vuelva a estar en situación de quiebra.

‘El Tabardillo’ abrió los ojos como platos:

–Pero, don Jacobo, ¿Va a sacar usted del apuro a ese borrachuzo después de lo que le hizo? ¿Va a dejar pasar la oportunidad de quedarse con su bodega por muchísimo menos de lo que vale?... Bueno, usted tendrá sus motivos y no se los voy a preguntar.

Cuando usted diga le hago llegar el dinero.

–¿Para cuándo lo necesita? –preguntó Jacobo–.

–Pues por la cara de desesperación con la que anda por ahí, yo diría que para ayer.

–Quede mañana con él, que yo trataré el asunto con don Gervasio.

Cuando ‘El Tabardillo’ se marchó, Jacobo se asomó a la ventana. La gente paseaba tranquilamente por la calle. “Los hijos de Mencía –se dijo– no perderán ni siquiera una cerilla de la herencia que les corresponde. Así se lo prometí y así lo cumpliré”.

Allí siguió un buen rato. Se dirigió entonces a su mesa a revisar la correspondencia.Allí, entre las cartas que le habían llegado esa mañana, aparecía una que lo dejó atónito. Estaba fechada una semana antes y decía escuetamente:

Es mi deseo entrevistarme personalmente con usted, pero, como supondrá, no puedo hacerlo en su oficina, así que tendrá que ser en mi “despacho”, salvo objeción por su parte. En caso afirmativo, le espero el jueves de la semana que viene, a las once de la mañana.

El marqués de San Juan de Aliaga.

Antes de decidir qué hacer lo consultó con don Rafael.

–Pues sí que es extraña la carta –le dijo después de leerla y releerla–. No soy capaz de imaginar lo que quiere de usted ese delincuente. No creo que sea que le firme una petición de indulto porque ni lo ha pedido al ministro de Justicia ni se lo permitiría su soberbia. Por tanto, ir o no depende solo de su voluntad, don Jacobo… O de su curiosidad, claro.

–Iré –contestó Jacobo–. No conseguiría dormir una sola noche con la duda de conocer para qué quiere hablar conmigo el marqués.

Dos días después, se presentó ‘El Tabardillo’ en la bodega pidiendo hablar con Jacobo.Rebosaba de satisfacción cuando dijo:

–Con la cara de gusto que tenía Pepito Etiqueta mientras le contaba que le iban a hacer un préstamo por todo el dinero que necesitaba, a devolver en diez años y con un interés que era nada, no vea usted el coraje que le entró cuando le dije que el prestamista había puesto también como condición que tenía que ponerse, sí o sí, en la escritura de préstamo que él tenía que dejar de llevar la bodega y nombrar administradora a su señora.

–¿Qué respondió? –preguntó Jacobo–.

–Pues ya sabe usted los prontos que tiene ese malarate. Dijo que le dijera yo al que le había ofrecido el dinero que se lo metiera –y usted perdone por la palabra– por los cojones… Ahora, el cabreo le duró poco. Debió de pensar que su situación no era para chulerías y dijo que bueno, que así no tendría que pasarse todos los días por los escritorios, que allí no le contaban nada más que problemas, y que mientras su mujer no le prohibiera ir a la sacristía de la bodega con sus amigos a beberse los vasos que se encartaran, que él se conformaba.

–¿Y entonces? –preguntó Jacobo–.

–Nada. Me encajé en la notaría y don Antonio tiene ya preparadas las dos escrituras, la del préstamo y la de los poderes, para que se firmen cuando usted vea.

–Pasado mañana… Ya consultaré con don Rafael y don Gervasio cómo lo hacemos para que no aparezca que soy yo quien hace el préstamo… Quizás, no sé, podríamos servirnos de una de esas sociedades sin actividad que tengo constituidas… Que ellos digan.

–Se lo comunico ahora mismo al tontajo para que avise a su mujer –dijo ‘El Tabardillo’ , mientras se marchaba arrastrando por el suelo su bastón de acacia–.

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