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Crónica Personal

Pilar / cernuda

La algarada

LA culpa es nuestra, de los periodistas, que hemos dado excesiva cancha a quienes se toman el presente y el futuro de este país a título de inventario y escriben la historia a conveniencia.

Se decía en tiempos que el racismo y el nacionalismo se curan viajando; ahora habría que decir que algunos de los que viven en el antisistema deberían leer, viajar y preocuparse por conocer la historia en lugar de vivir enganchados a las redes sociales y fundar sus filias y fobias en los mensajes de 140 caracteres que les envían no se sabe quién ni con qué intenciones. Generalmente, personas tan escasamente interesadas en la verdad como ellos mismos. Con ese método ensalzan a figuras de mediocridad contrastada, siguen a dirigentes de la nada que se convierten en figuras gracias a su capacidad de demagogia y de tergiversar la realidad, y no miran más allá de lo que ven sus ojos.

De todo ello somos culpables en buena parte los periodistas, los medios de comunicación que han preferido apostar por las audiencias o por las ventas de ejemplares en lugar de defender lo importante: el país, sus instituciones, su gente. Decir que falta patriotismo implica la descalificación inmediata, como si decir patria fuera algo que debería provocar vergüenza. Es algo que nos diferencia, para mal, de los países más punteros de cualquier continente, países en donde el patriotismo engrandece a las personas mientras que en España los convierte en marginados. Y la culpa es nuestra, de los periodistas que hemos entrado en ese juego y nos controlamos para no dar excesivo entusiasmo a nuestra españolidad.

El lunes se ha producido un hecho histórico, la abdicación de un gran Rey que deja la Corona en manos de un príncipe que está muy preparado para asumir sus nuevas responsabilidades. Que haya personas que se cuestionen el modelo de Estado es perfectamente lícito, incluso sano, nada hay peor que las mordazas y la falta de libertad para expresar opinión. Lo que ya es menos lícito es que esas manifestaciones se produzcan en clima de violencia, de descalificaciones al jefe de Estado actual y al futuro, que se tome el texto constitucional como papel mojado, que se griten soflamas que recuerdan las que trajeron la malhadada república que desencadenó una guerra civil y que clamen por un frente popular, también de nefastas consecuencias, sin tener en cuenta el resultado de las urnas. Resultado que, aunque reviente a algunos alborotadores, han dado una mayoría aplastante a los partidos que tienen claro que hay que defender la Constitución.

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