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A cámara lenta

Hay demasiadas situaciones injustas con las que transige nuestro Estado y eso es, poco a poco, peligroso

Muy tarde, llegando sólo al desenlace, nos hemos enterado de lo que estaba pasando en un barrio de Tarragona. Un señor y su hijo con discapacidad llevaban dos años viviendo en un coche, dos años, un coche, un padre, un hijo con discapacidad, porque la vivienda de su propiedad estaba okupada. El barrio era el de Bonavista, pero lo que se ve es muy feo.

Me duele por partida doble, porque toca dos asuntos para los que tengo una especial sensibilidad. Una, una de las cosas más bonitas del mundo: la propiedad privada, a la que los poetas tendríamos que cantar con los más encendidos versos. El baluarte de la libertad familiar, la garantía de nuestra dignidad, la materialización de nuestros esfuerzos, una llamada a la responsabilidad y al cuidado, la parte más erógena de nuestro amor apasionado al mundo… Cuando para Estado la propiedad privada es apenas es un hecho impositivo y no la protege, no importan sus títulos y sus etiquetas, estamos en una tiranía.

Lo segundo puede ser lo que más me emociona del mundo: la relación entre un padre y un hijo. Y cuánto tienen que haber sufrido ambos. El padre de ver que no podía garantizar a su hijo ni el mínimo derecho; el hijo de ver que no podía ayudar a su padre.

Han estado así dos años. Al fin, los vecinos han explotado y han cercado la casa, cortando la luz, coreando consignas y lanzando huevos a la fachada. Tanto que la policía (versión Mossos d'Esquadra) ha tenido que acudir a proteger… a los okupas. Por suerte, han llegado algo más tarde de lo que suelen acudir cuando suena un himno de España, y ha dado tiempo a que los okupas hayan sufrido, como perfectos postmodernos, una crisis de ansiedad. Obsérvese que no ha sido una crisis de conciencia ni un remordimiento moral, sino un repunte nervioso. Han decidido, por el bien de su equilibrio emocional, dejar la casa a los legítimos propietarios.

Podría insistir en la rabia por la desprotección de la propiedad y la paternidad y contra la injusticia que han sufrido, pero estoy seguro de que esa indignación ya la sienten ustedes solos, sin que yo se la jalee. Me gustaría llamar la atención sobre un hecho al menos positivo. El ansia de justicia tarda, pero llega al pueblo. Durante dos años han asistido a esta situación, hasta que la indignación se ha desbordado. Nuestros frívolos gobernantes pueden pensar que la gente duerme, pero es paciente. Hay un día en que dice «Ya no más».

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