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Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Mientras nos cambian la vida

CUANDO , en la Historia de los hombres, ocurren movimientos sociales con la envergadura, consistencia e intensidad suficientes como para alterar esa misma Historia, que entre todos escribimos; sucede que no contamos con la perspectiva suficiente para ser conscientes de que estamos inmersos, de lleno, en esos cambios.

Nadie imaginó en los primeros meses del año 1789, que la revolución que se desencadenaría el día 14 de Julio de ese mismo año, con la toma de la Bastilla, cambiaría Francia y el mundo, para siempre. Nadie intuyó en otoño de 1910, que antes de finalizar la estación, el 20 de noviembre, Francisco Madero reescribiría la Historia de México, y la de América, al desatar el comienzo de la Revolución Mexicana. Nadie pensaba en el frío enero de 1966, que, en esa primavera, Mao Tse-Tung iniciaría la Revolución Cultural que rompió China y marcó al resto del Planeta. Ni en la Francia del siglo XVIII, ni en el México o la China del XX, nadie, ni siquiera los mismos protagonistas, podían tener idea de las trascendentales repercusiones que tendrían los hechos que estaban viviendo. Puede que ahora nos esté empezando a suceder algo parecido.

Nos agarramos al tiempo para poder cumplir con nuestro destino, cualquiera que este sea. Lo ignoramos, cuando todo comienza; luego, en el arrebato avasallador de la juventud, llegamos a despreciarlo; para apreciarlo después, ya en los meandros de la madurez; por fin, al divisar lejos, en un horizonte de bruma y sal, la inmensidad etérea de la mar océana, allá dónde se acabará por verter el agua que fuimos y las aguas que nos llevaron, entonces… lo amamos con desenfreno, puede que hasta con una pizca de ansia, incluso de locura.

No es por el dichoso virus que, con cetro y corona, paró la rueda en la que el mundo giraba y encofró, un poco, nuestras vidas sobradas de prisas, faltas de momentos, huérfanas de sentimiento…, no; es por lo que hacen y por lo que dejan de hacer -más esto último que lo anterior- los que, desde alturas a las que no deberían haberse empujado, toman decisiones sin antes haber tomado la decisión de tomarlas: a muy corto y demasiado ladino plazo, en las antípodas de la humildad, ajenos a las almas pasivas sobre las que repercutirán, escondidas -las decisiones- lejos del mínimo resquicio de generosidad.

El tiempo nos abraza: aparece y se nos regala. Como alas que nos van a permitir volar la vida que anuncia su llegada. Sin él nunca sabríamos que “somos”.

Es en medio de esos tiempos revueltos cuando comienzan a ocurrir cosas, se suceden acontecimientos de los que ignoramos su magnitud, cambian criterios que suponíamos firmes, tiemblan cimientos que confiábamos inamovibles. Imposible adivinar siquiera la duración del remolino que nos descoloca ni la intensidad que llegará a alcanzar, tampoco si nos llevará, atenazados por el vértigo de su interminable espiral, al reposo final en el inmaculado fondo de las profundidades, o nos escupirá de vuelta a la superficie.

Elegir tu camino, el modo y la frecuencia con la que lo desandarás, los tiempos en los que te detendrás, los atajos por los que apurar, los riachuelos en los que beber o la sombra del árbol en la que reposar: es libertad. Eliges lo que quieres y como lo quieres, luchas, o no, por conseguirlo, lo alcanzarás… o no; pero es tu actitud la que marca y condiciona tu vida: es… ¡libertad! Siempre la libertad. Mas, si al amparo de la confusión, inducida o no; a la sombra de un temor, que puede ser controlado para llegar al descontrol; escudados en la ignorancia de los más y en el egoísmo de los muchos; despiadados aspirantes al Olimpo alteran el devenir de las circunstancias para negarnos la posibilidad de regresar a la casilla de salida, aquella en la que decidíamos y elegíamos…

La vida es cambio, de no serlo, no sería. Nuestras decisiones determinarán cuales, cuántos y cuándo llegarán. Tendremos que asumir los errores, y sus consecuencias; saborear los aciertos, gozar de amores y amigos o rectificar sobre los que no lo hayan sido. Ansiaremos ser amados y desearemos amar, será posible o no, lo uno y también lo otro. Pero, sin dar igual, “dará igual”. “Dará igual”, aunque -repito- no lo dé, porque habremos sido nosotros los responsables de lo que nos acontezca. Pero, si por el contrario, son otros los que imponen los condicionantes que determinarán “la circunstancia” que va a determinar nuestra vida -nuestro “yo”, dijo el maestro Ortega-, entonces tenemos que rebelarnos, decir: ¡no!

Podemos, creo que debemos, “amar en los tiempos del cólera” -como mostró, de modo magistral, García Márquez-, pero hemos de ser nosotros, sólo nosotros, quienes decidamos hacerlo. La vida pasa mientras cambiamos, no podemos permitir que pase la vida mientras nos cambian.

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