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Hace casi exactamente dos años, entre bromas y memes, aparecieron las primeras noticias sobre un extraño virus que se expandía por China a partir de la entonces universalmente desconocida ciudad de Wuhan. Hoy, en medio de la indiferencia casi general, comienzan a sonar las alarmas sobre una inminente crisis global derivada del crecimiento de los precios de la energía, la escasez de materias primas que afecta ya a sectores industriales enteros y el desorbitante incremento de los fletes marítimos. Para Navidad se asegura una fuerte subida de precios, desabastecimiento y súbita desaceleración de la recuperación pos-Covid. Esperemos, al menos, que la vacunación se muestre eficaz ante las nuevas cepas del virus que ya se anuncian.
Ciertamente, no hemos aprendido mucho de estos dos años, pues no se percibe la menor inquietud política o social ante ese panorama, y menos en España, entretenidísimos todos en dilucidar si Yolanda Díaz fue comunista antes que pija o viceversa. Hemos decidido que nada puede fastidiarnos la ilusión de la recuperación y nadie hay más contumaz que un sujeto dispuesto a ser feliz a toda costa y mientras dure el baile. Una prueba definitiva de la incapacidad del mundo actual para asumir las malas noticias hasta que se hace imposible ignorarlas, la tendremos en Glasgow en las dos semanas primeras de noviembre y durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio Climático, la llamada para abreviar COP26. Objetivos declarados y extraídos de su propia web: "Aumentar la ambición climática (sic), aumentar la resiliencia (más sic) y reducir las emisiones (esto al menos se entiende)".
Sólo un detalle casi menor: En la UE, en lo que va de año, el coste de la tonelada de CO2, un impuesto sobre la producción industrial y de energía que pocos pagan fuera de Europa y del que China y la India, los dos grandes contaminantes a nivel mundial, no quieren saber nada, ha pasado de 30 a 65 euros, influyendo de manera patente en el incremento del coste de la luz y de otros muchos productos. Mientras Greta y sus muchachos se divierten en Glasgow bajo el foco mundial, en Europa comienza a preocupar muy seriamente lo que la fiesta puede suponer en los precios de la energía, el apenas sostenible coste de la transición ecológica y las cada vez más palpables diferencias sobre estas cuestiones entre los socios, con las nucleares sobre el tapete. Otro pantano europeo a la vista.
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