Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Se disparan las acciones del NaHCO3 en la Bolsa española (I)

Sí, mientras todos los valores se desploman, el NaHCO3, conocido vulgarmente como bicarbonato de soda –ya saben, ese antiácido de antaño que aliviaba ardores en un estómago embravecido, y que también se usaba para cepillarse y lavarse los dientes-, rompía moldes y disparaba su cotización hasta límites nunca antes vistos, posicionándose muy por encima de los cotizados más rentables valores; ¿la causa?, pues, sin lugar a duda, el anormal, por descomunal, incremento de la demanda.

Más que sorprendidos, perplejos por lo acontecido, los principales actores sociales, económicos, políticos y empresariales del país -los sindicales estaban en la marisquería-, encargaron un estudio -a cualquiera que no tuviese relación con Tezanos, al menos hasta el cuarto grado de parentesco, familiar y “profesional”- para tratar de averiguar la razón de tan inusual aumento en las compras de bicarbonato. Los resultados, creíbles al no tener ni el método ni las fuentes de información relación alguna con el chiringo colocado en la puerta de Moncloa por Mortadelo , Fofito, Zipi, Filemón, Zape y lo que era el C.I.S. –“Centro de Investigaciones Sociológicas”, responsable, antes, de las encuetas oficiales-, ahora rebautizado como C.I.S.C –“Centro”, es un decir; de “Investigaciones”, un poner; “Sociológicas”, una ilusión; de “Coña”, esto si va a misa-, los resultados, decía -¡es que me pierdo!-, no tardaron en llegar, dejando a una parte del personal sorprendido, a otra con el aspecto de mamarracho que ya traía de antes, y al resto con cara de tonto, modalidad que aún no conocía: se habían registrado compras masivas, del olvidado bicarbonato, en la red, por miles y miles de kilos; los distribuidores a domicilio se encontraban saturados, viéndose en la necesidad de pedir audiencia, aprovechando alguna de las escasas escalas del “Falcon” oficial -siempre ocupado llevando saltimbanquis de un circo a otro-, a la mismísima ministra de Trabajo para que buscase y trajese los parados, que no tenemos en España, de Italia, Francia, Alemania, recurriendo incluso, a través de los contactos que, entre tique y tique de caja, se apaña con la Casa Blanca de los mismísimos Estados Unidos de Norteamérica la eminente doctora “Cum laude” con residencia en Galapagar; se registraban, también, interminables colas en las farmacias, centros de salud de atención primaria, e incluso -en algunos la desesperación fue incontenible- en los servicios de Urgencias de casi todas las clínicas y hospitales. Pero… ¿Cuál era el motivo que estaba provocando aquella inusual, y estratosférica, subida del consumo del humilde antiácido?

En el último Pleno del Congreso de los Diputados, con una inusual asistencia del 100% de los que cobran por ir, para trabajar, y casi nunca lo hacen, ni trabajar ni siquiera ir, incluido el gobierno al completo; se produjo un contagio, grave y masivo, que afectó a todos los presentes, sólo se salvaron los bedeles. Médicos, científicos e investigadores, dedicaban todos los medios disponibles y todos sus esfuerzos, también, a encontrar remedio para aquel mal que, entre otras consecuencias, paralizaba la vida política del país, y al país mismo: no daban con la cura.

La noticia se extendió por el planeta, casi todos trataban de ayudar, pero nadie lo conseguía… hasta que se recibió una llamada, desde México, en el Ministerio de Sanidad español.

Alguien, especializado en la investigación de curaciones poco creíbles, sabía de un viejo chamán. Vivía solo, nadie recordaba con exactitud desde cuándo estaba allí, en una desvencijada cabaña de madera y hojas secas de agave, en el desierto del Huizache, Estado de San Luís Potosí.

Quien llamó le había contado al chamán lo que estaba sucediendo en España, y esto le respondió: “Sí, yo les puedo sanar… si hacen lo que les mande”.

Se quiso enviar el 'Falcon' en busca del curandero, pero estaba ocupado por algún subsecretario, con familia y amigos, que habían ido hasta Estambul en busca de recuerdos turísticos en el Gran Bazar, obligaciones de Estado, ¡qué vamos a hacer! De modo que se le ofreció al viejo un billete de ida y vuelta en vuelo regular, como no era político, en clase “turista”. El hombre dijo que no iba a ir a ningún sitio: no se movería de su choza -veía, allí, más mundos de los que el resto de los mortales conocían moviéndose por el planeta-, pero aclaró que tampoco le hacía falta desplazarse para revelar la cura que terminaría con aquella extraña epidemia.

Dos notarios, “amigos”; tres abogados del Estado, “escogidos”; cuatro policías, “elegidos”; cinco militares, “apreciados”, dieciséis funcionarios “de alto rango”, y sesenta asesores, uno por viajero desplazado, todos con maridos o esposas -según el caso-, para evitar el “síndrome” del viaje no exprimido -lamentablemente ningún político pudo unirse a la comitiva: todos los que van dónde no hacen falta estaban en cuarentena-, volaron hasta el desierto mexicano.

El viejo, al ver la nube de polvo que anunciaba la tumultuosa visita, se metió en su cabaña y se negó a abrir la puerta a toda aquella marabunta de coches, gentes, ruido, periodistas, cámaras, luces, barullo y curiosos. A través de una ventana, destartalada y cegada, más vieja que él mismo, avisó al tropel de gentes que se amontonaban por todos los lados, para que eligiesen a una sola persona, sólo una; él la recibiría, hablaría con ella y le diría todo lo que se debía hacer para terminar con el mal misterioso que tenía en ascuas a medio mundo. El funcionario de menos rango, entre los funcionarios de mayor rango que allí estaban, fue el que se las ingenió para ser el electo no elegido, pero fue el que entró. (Continúa) 

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