Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Esclavos de hoy
No se confundan, la clave es la libertad, siempre la libertad. Soren Kierkegaard, padre del existencialismo, basaba la posibilidad de disfrutar de la libertad, esencia necesaria e insustituible de la condición humana para que esta pueda ser considerada como tal, en elegir a Dios -al Absoluto- como fundamento de nuestro 'yo', que tomaría conciencia de sí mismo al procurar la síntesis entre el alma y el cuerpo. Si el 'yo' no escoge al Absoluto como su fundamentación perdería su libertad, cayendo en la angustia que le provocaría haber ignorado a quien lo creo.
Casi medio siglo más tarde, otro adalid del existencialismo, Jean-Paul Sartre, nos diría que "estamos condenados a la libertad". Dejando establecido, bien a las claras, su pensamiento sobre lo inseparable del ser humano y la libertad que lo determina.
Desde que somos los humanos que somos, es decir, desde que nuestro entendimiento se desarrolló lo suficiente para poder adquirir conocimientos y administrarlos por medio de la razón -no hablamos ahora si con acierto o no-, ha habido alguien que manda y alguien que obedece, amos y esclavos, gentes privadas de la opción de manejar su libertad -porque la libertad, no importa si estemos encerrados o encadenados, nunca nos la pueden quitar- y otras gentes responsables de arrojar a los primeros a esta antinatural circunstancia y empeñados en mantenerlos en ella.
En tiempos ya muy lejanos, desde la Prehistoria hasta el siglo V de nuestra era, que hubiera esclavos era tan natural como la vida o la muerte. En el medievo, el régimen feudal fue una variante que dio continuidad a la esclavitud propia de la Edad Antigua. A partir del siglo XV, en la Edad Moderna, los esclavos, al modo de los que hubo en la Edad Antigua, siguieron siendo parte esencial en muchas sociedades de humanos, sobre todo en África, Asia y América del Norte.
Hoy, en nuestra flamante Edad Contemporánea, la esclavitud, tal y como hasta ahora la hemos entendido, ha desaparecido de la mayor parte del planeta -no aún de todos los lugares, pero sí de la inmensa mayoría-, lo que no quiere en absoluto decir que no siga habiendo quien obedece y quien manda a los que, sabiéndolo o no, obedecen, es decir: esclavos y amos.
El hombre, como parte de la naturaleza que es, encuentra su lógico, adecuado y natural acomodo en la naturaleza -valga la redundancia-. Sin embargo, los amos de nuestro tiempo se las han apañado para sacarlo de ella, expulsarlo del que es su consustancial entorno y conducirlo, más bien empujarlo, a las bien disimuladas cárceles que han ido levantando para encerrarlos en ellas.
La vida, sencilla, motivada, agradecida y acorde con nuestra humana naturaleza, está en el campo, el monte, la mar o la montaña: en la naturaleza. Pero aquí, los candidatos a esclavos no pueden ser dominados y sometidos, no si antes no se les priva de los medios que la propia naturaleza, con el trabajo sano y el esfuerzo continuado puede proporcionarles, haciéndolos así autosuficientes. Y a quien nada, o poco, necesita es muy difícil someterlo.
Para evitar que el hombre pueda existir en coherencia con su condición, es decir: libre, primero se le ha de quitar la tierra, la posesión de la tierra. Entonces, si la trabaja ya no será para él, si no para los que la poseen. Luego hay que prometerle una vida mejor, más cómoda y con mayores beneficios y mejor futuro, para él y para sus hijos -promesas, a sabiendas, interesadas y falsas, por supuesto-. Este pretendido edén lo encontraría en la ciudad, para lo que ha de abandonar el campo, que ya no es suyo, y con él todo lo que le es natural.
El cemento, la colmena gris y amontonada en la que ahora vive, las prisas, el humo y el asfalto, serán el escenario en el que el expatriado deberá rehacer su vida en busca de la confortable, mejorada y feliz existencia prometida. Para que siga creyendo en este espejismo, el amo inventará nuevas necesidades por las que, el que ya obedece, ha de luchar y sacrificarse. Necesidades, que no son tales, pero que harán que el candidato a esclavo mueva Roma con Santiago para alcanzarlas, pues cree que sí lo son.
Los que les puedan facilitar la cercanía, puesto que jamás las van a lograr al completo, a colmar esas falsas necesidades -los mismos que ya poseen las tierras que antes eran de ellos- son los amos que ya mandarán y dispondrán de las vidas de los que ya son los esclavos de hoy.
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