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Tribuna cofrade

Javier García Rincón

Cofrade de la Paz de Fátima

Refugium peccatorum

Virgen del Refugio de la Paz de Fátima

Virgen del Refugio de la Paz de Fátima

Un acercamiento a la advocación de María como Refugio de Pecadores

Una de las últimas advocaciones que se incorporaron a la nómina de imágenes dolorosas de nuestra ciudad fue la de "Refugio de Pecadores", titular de la Hermandad de la Paz de Fátima. Nada nuevo ni fuera de lugar si pensamos que es una de las formas por las que se invoca a la Virgen María en las letanías del Santo Rosario. Hasta ahí, todo bien. Pero convendría acercarnos un poco más al origen de esta advocación, tanto en su vertiente bíblica como en la histórica.

La iniciativa de denominar de esta manera a la bellísima imagen que saliera de las manos del onubense Elías Rodríguez Picón partió del capuchino Fray Antonio Ruiz de Castroviejo, sevillano de cuna, cuya madre tenía gran devoción a la imagen titular de la Hermandad de San Bernardo. Al ceder esta imagen a la entonces recién constituida Hermandad del barrio de la Constancia puso como condición que llevara este nombre de tanto sabor.

Hay, como en cualquier reflexión de este tipo, que partir de la Escritura. El pueblo de Israel tenía muy claro, por la experiencia que acumulaba a través de los siglos, que el Señor Yahveh era un refugio seguro ante las adversidades de la vida. En efecto, el término hebreo ma'oz (plural ma'ozim), que es el que se utiliza para señalar a Yahveh como refugio, idea que va, de manera íntima e indisoluble, unida a la fe en la fuerza, al poder de Dios (expresado en hebreo con la raíz 'oz). Ejemplos hay muchísimos a lo largo de la Escritura pero, a modo de simple muestra, nos podemos quedar con tres: el comienzo del salmo 18 ("¡Cuánto te amo, Señor, mi fortaleza! ¡Señor, mi peña, mi alcázar, mi libertador, Dios mío, roca mía, refugio mío! ¡Mi fuerza salvadora, mi baluarte!"), una plegaria de confianza en Yahveh de Jeremías ("El Señor es mi fuerza y fortaleza, mi refugio en el peligro. A ti vendrán los paganos, de los extremos del orbe, diciendo: Qué engañoso es el legado de nuestros padres, qué vaciedad sin provecho. ¿Podrá un hombre hacer dioses? No serán dioses. Pues esta vez yo les enseñaré mi mano poderosa, y sabrán que me llamó El Señor" -Jer 16, 19-21-) y el canto de David que aparece en el segundo libro de Samuel ("Cuando el Señor lo libró de sus enemigos y de Saúl, David entonó este canto: Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte, mi refugio, que me salvas de los violentos (...) ¿Quién es Dios fuera del Señor? ¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios? Dios es mi fuerte refugio, me enseña un camino perfecto" -2Sam 22, 1-3;32-33-).

La recapitulación en la persona de Jesús de la Ley y de todo lo mejor de la tradición del pueblo de Israel ("¡No penséis que he venido a derogar la Ley o los Profetas! No he venido derogar, sino a dar cumplimiento; porque os aseguro que no desaparecerá una sola letra o un solo acento de la ley antes que desaparezcan el cielo y la tierra, antes que todo se realice" Mt 5, 17-18) así como la ulterior predicación de los apóstoles y de sus sucesores permitió que el concepto y la idea de Dios como 'refugio' ante los reveses de la vida siguiera vivo en la Iglesia.

Con el paso del tiempo y el aumento de la devoción a la figura de María, atestiguada ya por textos de finales del siglo III (la conocida oración Sub Tuum praesidium, "Bajo tu protección nos acogemos...") y ratificada por la Iglesia como dogma de fe con su declaración como Madre de Dios (Theotokos) en el concilio de Éfeso (año 431), el pueblo fiel fue añadiéndole, desde la perspectiva de la piedad y el cariño, diversos nombres a la madre del Señor. Uno de ellos, surgido muchos siglos después, el que nos ocupa, fue el de "Refugio de Pecadores".

A comienzos del siglo XVIII, una vez finiquitadas las guerras de religión en Europa y con espantosas epidemias de peste en Francia y la actual Italia, en plena controversia jansenista, la cual enfrió mucho la piedad y las devociones populares en estas regiones, la devoción a María se veía como un refugio, nunca mejor dicho, frente a los embates de la realidad y las ideas.

Fue el papa Clemente XI, cuyo pontificado abarcó de 1700 a 1721, quien le concedió la coronación pontificia bajo el título de Nuestra Señora del Refugio de Pecadores un cuatro de julio de 1719, motivo por el cual su festividad se celebra ese día, el cuatro de julio, y no el trece de agosto como erróneamente se ha venido celebrando.

La imagen original de Nuestra Señora del Refugio, tal y como se conoce y venera, fue una copia que el beato Antonio Baldinucci, célebre misionero jesuita de la época, mandó hacer de la no menos célebre imagen de Nuestra Señora de la Encina, venerada en Poggio Prato. El beato Baldinucci, en su celo por la conversión de los pecadores, quiso llevar consigo a Nuestra Señora del Refugio, y así la denominaba a través de sus andanzas misioneras. Hoy en día esa primera copia de Nuestra Señora Refugio de Pecadores, se conserva y venera en Frascati, al sureste de Roma, cuyo santuario es muy reconocido como centro de peregrinaciones.

A mediados del siglo XVIII, los misioneros jesuitas que llegaron al norte de México y al sur de los actuales Estados Unidos, a ejemplo del Beato Antonio Baldinucci, llevaron consigo varias copias de esa imagen y la dieron a conocer en las misiones que predicaban y en los propios templos a su cuidado, dando lugar al hecho curioso de que muchos niños y niñas de aquellas zonas lleven por nombre bautismal el de José o María del Refugio.

Desde los inicios de esta devoción se hablaba ya del rasgo peculiar que distinguía a Nuestra Señora en la advocación "del Refugio": por su intercesión y mediación ante el Único Mediador, Jesucristo, se constituía en seguro refugio de nuestro caminar en este mundo, con todos sus peligros, angustias y luchas. Así se le conoció desde el primer momento. Y, además, muy especialmente, como refugio para alcanzar la gracia de la conversión de los pecadores, muchos de ellos contumaces, que buscaron su arrepentimiento y refugio en María durante el proceso de su conversión. Tal devoción ha despertado siempre gran fervor en sus santuarios, donde se consignan signos y conversiones espirituales significativas.

San Juan Pablo II, de nunca disimulado fervor mariano, insistió, en la homilía realizada el 30 de enero de 1979 en el Santuario de Nuestra Señora de Zapopan (México) en la función de esos templos como «lugares de conversión, de penitencia y de reconciliación con Dios (...) Ella despierta en nosotros la esperanza de la enmienda y de la perseverancia en el bien (...) Ella nos permite superar las múltiples estructuras de pecado en las que está envuelta nuestra vida personal, familiar y social».

Que la contemplación de la imagen de la Madre del Refugio de nuestra ciudad, que este año se quedará esperando en su sede de la Parroquia de Fátima, en su barrio torero y bombero de la Constancia, y la meditación de las palabras que el evangelista San Lucas pone en su boca, "Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" (Lc 1,51-53) nos lleve, como nos va a llevar esta cuarentena que estamos viviendo, a volver los ojos a Aquél que es el único Camino, la única Verdad y la única Vida.

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