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Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

“Gracias”, pero… ¡que te den…!

Dudaba si titular este artículo “Biennacidos”, o como lo he hecho ¿Qué tendrá que ver lo uno con lo otro?, podrían, con razón, preguntarme ustedes. Pues, como es obvio, nada; lo uno es la antítesis de lo otro. La cuestión es que quiero escribir sobre las personas que se acogen bajo el primer calificativo y las hienas a las que ampararía el título finalmente elegido por ninguna otra razón más que la de tratar de llamar su atención sobre estas letras.

Ya sabemos lo que se dice: los borrachos y los niños –sólo los pequeños- dicen la verdad. También, que a los hombres se nos conoce, si es que esto es posible: con las mujeres, en el juego y con el vino. Ambos dichos resultan, en gran parte, ciertos. También sabemos, y esta si es una verdad insoslayable, que es en las peores circunstancias cuando, el que lo tiene, da lo mejor de sí; por el contrario, y por triste desgracia, el que ‘lo’ tiene también da lo peor que lleva en sus entrañas. Y este es el caso.

Siento, antes que nada, una infinita vergüenza; inmediatamente después, me invade la incredulidad que sigue a la sorpresa; para terminar, una cierta especie de miedo se hace palpable a la conciencia que lo percibe, me asalta y me abate. Me sucede todo esto cuando leo: ‘rata contagiosa’, escupido con espray sobre la carrocería del coche de una médico que regresaba a su casa tras una durísima jornada de trabajo, dedicada a pelear con el destino para salvar vidas a los demás.

El supuesto ‘motivo’ de tal infamia se escondería en el temor del abyecto gusano, autor de semejante barbaridad, a que la doctora, debido a su trabajo de alto riesgo, pudiese contagiarle al vivir ambos en el mismo edificio. Tendría que saber, me refiero al pedazo de mierda que escribió lo que escribió, que no tiene, en absoluto, de qué preocuparse: él es inmune al contagio.

Ni este virus, que ahora nos diezma, ni ningún otro que en el inframundo habite, tendría capacidad suficiente, por muy letal que fuese su carga viral, para infectar ‘algo’ tan corrompido, podrido y maligno como él; así que, aunque la doctora –Dios la guarde- cayese contagiada por arriesgar su vida para ayudar a los demás, sería ella quien correría el riesgo añadido de agravar su enfermedad al tener que respirar el mismo aire que la única y verdadera rata nauseabunda que habita el edificio.

Miedo, de tener la misma secuencia de ADN que tú: repugnante bazofia. Incredulidad, por comprobar la insondable bajeza en la que es capaz de hundirse el humano, tú no eres ni ‘ser’: engendro mugriento. Vergüenza, de habitar un mundo en el que se arrastran escorias como tú: inmundicia cobarde y rastrera. ¿Ven?, me quedé sin espacio suficiente para escribir sobre los que de verdad importan. De todos esos biennacidos, buenos hijos o buenos padres, amigos de sus amigos, generosos, humildes, responsables y altruistas…

De todas esas buenas personas que nos sorprenden hoy, pero siempre han estado ahí; que las admiramos ahora, aunque lo hayan merecido desde siempre; que no hemos valorado, nunca, como deberíamos haberlo hecho. Esas personas que nos cuidan y cuidan a los que nos importan; que nos sanan, por dentro y por fuera; que nos alivian y nos curan; que se preocupan por nosotros como si nos conocieran, sin conocernos… Todas esas personas, biennacidas sin duda, a las que debemos, hoy y también mañana porque no lo hicimos ayer, honrar, respetar, cuidar y valorar, si es que entre biennacidos estamos hablamos, claro.

Y no sólo fue el miserable lamecabras que pintarrajeó el coche de la doctora, las ratas, ya se sabe, son muy prolíficas, se multiplican por aquí y por allá… por desdicha.

Mi título: ‘Gracias’, pero que te den…. Su carta: “Sabemos que trabajas de cajera en el supermercado –o de enfermera, o de cuidadora de mayores, igual da-, y te lo agradecemos, pero debes pensar también en tus vecinos. Te pedimos que te mudes a otro sitio”, es decir: “muchas gracias”, vecina, pero no te queremos, que te den. Mis correcciones: no, no ‘sabéis’, porque las cucarachas no ‘saben’, sólo comen y cagan, ni siquiera duermen.

Tampoco ‘agradecéis’, para poder hacerlo hay que tener corazón y sentimientos, no un zurullo con moscardones verdes alrededor y la fetidez que los envuelve. No, no sois ‘vecinos’ de nadie que se pueda considerar persona, lo vuestro son las cloacas, a las que si os pido, y sin daros las gracias, que os mudéis con vuestras verdaderas “vecinas”: las ratas. Mi conclusión: ¡a vosotros sí, que os den!

Dedicado a todos los que nos cuidan.

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