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Cambio de sentido

Una, grande y sola

El aislamiento, el individualismo, el narcisismo y la soledad tienden a crecer hasta converger

Parecen dos informaciones antagónicas, pero tienen que ver. La primera: en El País, Enrique Rey cuenta que ahora cualquiera se preocupa por lo que llaman su marca personal, que consiste en empaquetarte, etiquetarte y promocionarte en redes como si fueras un salchichón en una feria medieval en vez de una persona que, como cualquiera, va tirando como se va pudiendo. Así te dediques a dar clase de matemáticas o a coger tagarninas en el campo, lo importante es explotar “tu marca personal”. No es nuevo ni extraño toparse en las redes con infelices (dicho sea literal y compasivamente) que, no contentas con reventarse a sí mismas, pretenden convencer al resto con mascaradas de visibilidad, motivación personal y empoderamiento femenino, punto este en el que ya me mosqueo, que si bien el poderío es importante, es muy otra cosa. ¡Con lo que libera ser un donnadie! Pues nada. Como consecuencia, narcisines ensimismados de todo pelo resultan ser bastante habituales, en vez de raras excepciones. Qué esfuerzo más grande por aparentar, frente a la suprema sencillez de dejarse ser (y dejarse en paz) una a sí misma. Normal que estemos cada día más cansados.

La segunda noticia, antagónica en apariencia, es la que cuenta que más de seis millones de personas en España sufren soledad. Lo cuenta el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, que así se llama la entidad. Como cuando se habla de tabaquismo, natalidad, cultura, accidentes de tráfico o pensiones, crispa el puñetero economicismo de este tipo de noticias: parece que solo importa el coste –o los beneficios– de una situación. 14.141 millones de euros nos cuestan los problemas derivados de la soledad, reza la información, como si los doblones fuesen el problema, en vez de la tragedia de cada anciana que sabemos que ha muerto solo cuando comienza a oler su cadáver.

No están tan lejos, el exitoso baile de máscaras y la soledad de quien espera sin nadie a que le llegue su hora. Son consecuencia del actual modelo de sociedad. En otros modelos (mejorables, sin duda, pero menos mediatizados e individualistas), la soledad se enmendaba haciendo barrio y siendo pueblo. Y calábamos del tirón a quien tenía mucha tierrita en el Perú o había pisado la flor de la tontería. El aislamiento, el individualismo, el narcisismo y la soledad tienden a crecer hasta converger en lo más duro, pues no hay persona más sola que la que no se tiene ni a sí misma. Valiente plan, una, grande y sola: impeorable.

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