Juan Ramón Lara

El hombre que confundió la ciencia con la vida

P ARA quienes no conocieran a Oliver Sacks la muy mala noticia de su muerte trae aparejada la muy buena de poder descubrir sus apasionantes libros, ampliamente traducidos al español y fácilmente accesibles. Sus autodenominadas "novelas neurológicas" suelen tener la misma y sencilla estructura: Sacks hace desfilar ante el lector, capítulo a capítulo, a una serie de pacientes reales a través de cuyas peculiaridades aprendemos a conocer cómo funciona nuestra mente, nuestro propio software: qué somos íntimamente. Sus descripciones combinan de forma fascinante su inmensa curiosidad, el rigor científico -lejos de la insufrible literatura de autoayuda tan en boga-, la humanidad de un médico cuya fama nunca lo alejó de la práctica clínica, y una prosa ágil y tan bien escrita como es propio de las gentes de ciencias.

Quien lee a Sacks nunca olvida al doctor P., el que confundía a su mujer con un sombrero, o a Tony Cicoria, melómano compulsivo desde el día en que fue alcanzado por un rayo, o a Magnani, el nostálgico emigrante de Pontito que pintaba de memoria cada esquina de su pueblo toscano tras treinta años sin verlo, o a Greg, el último hippie, un amnésico eternamente anclado en ciertos días de los años 60, o a Temple Grandin, la autista dedicada a diseñar mataderos compasivos por amor a los animales, o al cirujano cuyos tremendos tics de Tourette no le impedían operar con absoluta precisión y pilotar avionetas, o cómo la música es capaz de rescatarnos de la demencia. La avería de cada uno de sus personajes nos enseña, por omisión, cómo funciona una porción de nuestra mente, pero también, por acción, cuán maravillosamente adaptable es el ser humano y cómo cada singularidad se convierte en potencia y personalidad, como en las maravillosas capacidades de los autistas savants o los ciegos que ven voces. Desde sus investigaciones en Despertares, allá por los 70 -en cuya versión cinematográfica el siempre histriónico Robin Williams interpreta al propio Sacks-, hasta su reciente Musicofilia y sus valientes escritos finales, Sacks nos deja la lección de que humanismo y conocimiento son conceptos hermanos.

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