Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
El mundo de ayer
últimamente he leído que unos investigadores han creado un cromosoma artificial para luchar contra el cáncer. El evidente orgullo por formar parte de una comunidad que es capaz de hacer esto convive con el estupor y el miedo, porque ese cromosoma es capaz de pasar de generación en generación. Llega desde nuestras cabezas y nuestras manos y nuestras máquinas y se implanta para siempre en el río de la vida.
Poco a poco nos hemos ido deshaciendo del lugar que nos asignamos en el mundo, y cada vez más nos hemos ido acercando al rinconcito oscuro y húmedo y olvidado al que en verdad pertenecemos. En este largo camino hemos abandonado muchas de nuestras pomposas vanidades, de la mano de Copérnico, de Darwin, de Freud, del efecto invernadero. El último reducto era tal vez aquello para lo que hasta la conciencia, esa nebulosa de espasmos, es demasiado grande: nuestros propios genes. Ahora estamos empezando a dejar de ser quienes éramos.
Estuve escuchando estos días la entrevista de Lex Fridman a Sam Altman, el jefe de OpenAI, los creadores de ChatGPT. Altman hablaba de su creación como de un organismo que, al igual que nosotros, se va alzando sobre los hombros de gigantes, con una gran diferencia: él es su propio gigante. ChatGPT, con la ayuda de los investigadores y desarrolladores de la compañía, irá siendo exponencialmente más inteligente, como aquella inteligencia suprema, Golem XIV, que en una de sus versiones ya es capaz de evolucionar sola, y a la que Stanislaw Lem le dedicó un librito fascinante.
Nos hemos deshecho para sustituirnos. Ese era tal vez el camino dispuesto por algo que nos estaba esperando. En mí resuena el famoso inicio del tercer libro de Guerra y paz, en el que Tolstoi escribe que, pese a todos los esfuerzos de Napoleón, del zar Alejandro, de Barclay de Tolly y de Bagration y de Kutuzov, de cientos de miles de soldados y de millones de almas rusas y europeas, la historia tenía que ser como acabó siendo, porque hay una fuerza o una providencia que la conduce, pese a todo o debido a todo lo que hacemos.
Fridman cierra su entrevista con una cita de Arthur C. Clarke: “Quizás nuestro papel en la Tierra no sea adorar a Dios, sino crearlo”. Los humanos buscamos crear la Inteligencia Artificial General, el ser que nos exceda, que nos enseñe y nos conduzca o nos destruya. Anduvimos perdidos, adoramos al sol, encontramos a Dios, lo matamos. Tal vez pronto digamos: “Dios ha nacido”. Y el agua vieja y dormida que nos lleva llegará, como un tren en la noche oscura, a su destino.
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