Quizás
Mikel Lejarza
Sancho Panza en ‘El Hormiguero’
Cambio de sentido
En las conversaciones a pie de calle, las que se entablan entre las gentes decentes del común, es habitual que se predique de políticos como Trump o Díaz Ayuso (por poner el caso de dos hiperbólicos de manual) que tienen un escopetazo dado, que algo no anda bien en sus cabezas, por lo que se infiere de sus consignas, gestos y acciones. Me resisto a afirmar tal cosa; en primer lugar, porque creo que no están locos, y en segundo, porque las enfermedades mentales son muy otra cosa, y constituyen un foco de sufrimiento para quienes las padecen, además de para su entorno. De locos, nada, como tampoco está majara quien mandó envenenar a Navalni ni el salafista que se inmola. Sus declaraciones, actitudes y decisiones son consecuencia y causa coherente de una lógica, un ideario e incluso de una estrategia, por muy descacharrante que parezca a extraños y a propios de sus partidos y gobiernos.
El problema no es de cordura, sino de moralidad. Las personas como usted y como yo presentamos el inconveniente de pretender ser éticos, dignos y humanos. Así nos va, y a mucha honra. Podemos tener distinta moral, pero coincidimos en tener una, y se nos llena el corazón de piedras cuando no sabemos cumplirla. Si gozamos de alguna amoralidad, ésta resulta explosivamente inocua y reveladora, y quizá contravenga la moral de la época, mas no la íntimamente nuestra. La mirada corrosiva sobre la moral, como por ejemplo la de Wilde, cuestiona los valores de su sociedad, no el hecho de tener principios. Digo esto a propósito de las palabras de Dolores Rubio, gerente del hospital de Alcalá de Henares, con las que esta directiva propone quitar los teléfonos móviles a los enfermos de Covid. Así, al no poder comunicarse con sus familiares, éstos no les podrán aconsejar que no vayan al Zendal. Lo que propone la gerenta es intolerable, se salta a piola no sólo la ética, también la deontología profesional y cualquier carta de derechos y deberes del paciente. Ignacio Aguado salió para pedir el cese de Rubio que -cómo no- sigue en su puesto, con la aquiescencia del gobierno de Ayuso, dejando al de Ciudadanos como a Jacinto en la boda -que, según reza la voz popular, era el novio y no lo convidaron-. Quien sostiene o asiente ante afirmaciones como las de Rubio, no está loco. Sencillamente carece de escrúpulos, quizá como estrategia: la que persigue que, tacita a tacita, vayan colando como normales cada vez más barrabasadas contra la dignidad y los derechos de cualquiera.
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