Marco Antonio Velo
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Monticello
Se ha reiterado estos días que el 11M constituye el antecedente de realidades o amenazas que hoy delimitan la circunstancia en la que se configura nuestra opinión pública, como la posverdad o desinformación. No creo que sea cierto. Ni la posverdad ni la desinformación pueden comprenderse al margen de la disrupción tecnológica que prefigura el nuevo sistema digital de la libertad de expresión. Un sistema sólo mínimamente perfilado en aquel lejano marzo de 2004, donde la compañía Facebook apenas había sido presentada en sociedad un mes antes. Así, si aquellos los ciudadanos tuvieron dificultad durante algún tiempo para distinguir lo verdadero de lo falso, no fue como consecuencia de la viralización digital, las cámaras de eco de la red social, o los bots diseñados para aprovecharse de nuestros sesgos cognitivos, sino como producto de la confusión social que produce la mera mentira política o la intoxicación periodística en su dimensión más clásica. Fue un proceso ordenado y de cuño descendente, dirigido por el gobierno, los partidos políticos y los medios de comunicación, y en donde el ejecutivo, por unas horas, disfrutó del prestigio del Estado para la construcción de un discurso público que, a la postre, fue progresivamente impugnado por la propia institucionalidad estatal y prestigio de las fuerzas y cuerpos de seguridad. La ciudadanía participó activamente de aquel momento de la opinión pública, pero de una forma puramente analógica. El escenario fue la calle y el canal el teléfono, no la red social. El 11M trajo consigo también una era de virulenta pugna periodística contra la legitimidad de la verdad judicial y policial. Portadas de periódico, comisiones de investigación y sumarios judiciales, ese fue el perímetro clásico de aquella querella. El del mundo de ayer. El problema constitucional de la falsedad al que se enfrentan hoy las democracias sólo tiene un reflejo parcial en aquellos días. Desde luego, sigue habiendo políticos que mienten e interés gubernamental por hacer pasar por verdad aquello que no es cierto, pero ningún sistema democrático en aquel entonces veía sus presupuestos amenazados por la generalización de técnicas que democratizan la capacidad de engañar masivamente. En todo caso, si algo anticipó aquel fatídico suceso es una circunstancia actual de muchas democracias liberales, incluida la nuestra: la de la fractura social. Es por ello por lo que, si una pregunta nos interpela, a la luz de aquellos días y ya en la era de la ira digital, es la de sí nuestra fragmentada comunidad política y su clase dirigente podrían enfrentar hoy, mínimamente integradas, algo similar a un 11M.
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