La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
Por montera
Por humanidad, por empatía, por corazón, creo que estos días todos los discursos, columnas e intervenciones públicas deberían comenzar recordando a las víctimas del coronavirus, mostrando respeto por los fallecidos y por sus familiares. A continuación de esas miles y miles de irremediables pérdidas, hay que considerar la grave situación económica del país, centrándose en millones de familias, personas que ya están o van al paro y dueños de los negocios que se encaminan al despeñadero.
El tiempo, ese gran juez, irá suministrando información, consuelo y, esperemos, un remedio para la enfermedad en forma de vacuna y de tratamiento. Es imprescindible vencer al virus, evitar que se convierta en un mal ante el cual permanezcamos indefensos. El tiempo será también quien imparta su juicio respecto a la verdadera acción de los actuales gobiernos, aunque incluso en estos momentos de confusión va estando cada vez más claro que será complicado que muchos de ellos resistan la dura oleada de la realidad. Eso está por ver.
Dicho lo cual, proclamo que tenemos que aplaudir. Y no me refiero hoy a los sanitarios y resto de trabajadores que mantienen esto en pie -todos ellos merecen nuestra admiración y, ante todo, que se les suministre el material necesario para protegerse del virus-. Pido hoy un aplauso para la infancia. Un grito liberador por ella. Los niños podrán dar paseos a partir de mañana, y es que siete millones y medio de ellos llevan recluidos en España dentro de sus casas desde hace semanas. Siguen estudiando, conviviendo con sus familias, levantándose cada día alejados de sus juegos, de sus abuelos, de sus primos, de sus amigos, de sus rutinas, de sus colegios, de sus parques... Es una infancia que, ya antes de todo esto, había perdido en gran medida el contacto con la calle, en tiempos que imponen miedo y precaución. Nosotros nos criamos en la calle. ¿Lo recuerdan? Ellos, en habitaciones y centros comerciales. Y ahora, esto, semanas de permanencia obligada en casa, custodiados por unos mayores atemorizados. Hacen preguntas que casi nadie logra responder. Mañana echarán a andar bajo el sol del último abril, intentando oler una primavera que la vida les ha robado. Un aplauso para ellos, que están soportando todo este sinsentido durante una edad en la que la única preocupación que deberían tener es la de distinguir los colores del arco iris. En los ojos de los niños hay más esperanza que en las noticias.
También te puede interesar
La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
Envío
Rafael Sánchez Saus
Columnistas andaluces de ahora
La ciudad y los días
Carlos Colón
Con la mentira por bandera
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Bárbara, el rey, Jekyll y Hyde
Lo último
El parqué
Jaime Sicilia
Jornada de menos a más
La tribuna
Otoño caliente
Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
El refugio de la mentira
Editorial
Sí había causa