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Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

El santo cansancio de Francisco

Hace falta cerrar filas con el Papa aunque se equivoque, pues iniciar los cambios ya en un acierto en sí

Bergoglio supo desde el minuto uno de su pontificado que la cosa iba a ser difícil y áspera. Comenzó pidiendo oraciones a los fieles congregados en San Pedro en una llamada de auxilio al pueblo de la propia Iglesia. Venía para dar pasos adelante en un mastodonte de organización que gobierna millones de almas y que mirabas más atrás que hacia adelante.

Y realmente la realidad no ha hecho más que confirmar las enormes dificultades que entrañaba esta tan necesaria puesta al día de una institución varias veces milenaria que se resiste a los cambios acodada en el ‘siempre se hizo así’ aunque lo que se haga ya no le diga nada a nadie, especialmente a los que debe dirigirse, es decir, a los que están fuera de la Iglesia.

Este enorme viraje de una estructura anquilosada está provocando verdaderos chirridos. La ‘boutade’ de unos curas de sotana y alzacuellos rezando entre bromas y veras por la pronta muerte de su superior sin caridad alguna es un síntoma de la fractura interna entre los nostálgicos de las misas en latín y la moral acartonada y los que escucharon el mensaje renovador del Concilio Vaticano II y su estela de conversión de una jerarquía piramidal en otra más circular y sinodal-permeable a la evolución las conciencias.

Francisco me gustó desde el día uno. Su carisma jesuita arraigado en Dios pero abierto al mundo era necesario para, ahora como siempre, conciliar el corazón y la mente con lo inmutable de la vida.

Tuvo este Papa en su arranque prudencia y actitud de escucha. Pero pronto se topó con los guardias de corps de la tradición a los que disgustó en las formas y en el fondo con novedades como, por ejemplo, este ‘matrimonio a medias’ de los gais que a todos deja, pues eso, a medias.

Pero hace falta cerrar filas con este Papa aunque incluso se equivoque pues iniciar los cambios ya es un acierto en sí para abrir nuevos frentes necesarios como el nuevo papel de las mujeres (hacerlas diáconas si quieren estaba más que cantado), la revisión a fondo del tabú del sexo o la liberalización tan necesaria del celibato que igual quitaría presión sobre un límite que tampoco habría muchos que abandonarían.

Cansado como está, Francisco avanza hacia un nuevo horizonte en una Iglesia que tenía que sacudir sus cimientos para dar forma y asiento a lo que desde el centro ya está, esperanzado, naciendo.

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