Francisco Bejarano /

El sueño de Sartre

HABLANDO EN EL DESIERTO

30 de junio 2011 - 01:00

DESDE la lejanía del espacio y del espíritu nos llegan nuevas del contento de Caballero Bonald porque "cientos de miles de jóvenes salgan a la calle en toda España pacíficamente, insistiendo en que no son violentos". Ve nuestro paisano el despertar de algo en la paz gregaria: "No se pueden desoír esas múltiples voces que están pidiendo una democracia real. Yo estoy sin duda ninguna con ellos." Ah, la fe frágil que no contempla la duda. Ah, esa 'democracia real', deseada y vagarosa, donde una nomenklatura moldea las almas inocentes de los justos y les regala la Libertad. Los díscolos, indóciles y disidentes serán apartados del pueblo sano en confortables gulags, con agua caliente, comedores, biblioteca con los libros de ejercicios retóricos de Bonald y excursiones a las islas del Ártico. Se escandaliza el moderno retórico de que el capitalismo haya hecho de cada persona una mercancía; él, desprendido y generoso, que ha dispuesto para su ciudad natal un valioso legado fantasmal del que todavía, que sepamos, no se ha hecho inventario ni se ha podido evaluar. Basta su palabra.

Sastre, salvadas las enormes distancias, también intentó algo parecido en el Mayo del 68. Lo vimos paseando su fealdad, su existencialismo y sus novelas filosóficas, rodeado de hermosos jóvenes universitarios de las mejores familias parisinas. La izquierda europea lo miraba con arrobo por su marxismo, su temporada en el infierno de un campo de concentración, su lucha en la Resistencia y el rechazo del premio Nobel para no contaminarse con la literatura oficial, y todas esas circunstancias extraliterarias que la izquierda sigue confundiendo con los valores literarios. Pocos leen hoy, si no es por curiosidad insana las lucubraciones de Sartre. También él pensó en la libertad real: el marxismo es insuperable, lo que no quiere decir que sea eterno, sino superado solo por la 'libertad real'; pero, como no tenemos experiencia de tal libertad, no sabemos en qué pueda consistir. En fin, a los filósofos se les ocurren cosas.

No duraría mucho Caballero Bonald en una plaza indignada, necesitaría una pizca de buen humor y que se no notara mucho su espíritu esquinado, aunque lo de la democracia real le gustaría, porque suena a 'socialismo real', ese conocido régimen tan munificente con los escritores y artistas que les daba títulos, según vimos en La vida de los otros, como el de Artista del Estado; o declaraba obligatoria para los empleados públicos, es decir, todos, la lectura de un libro y las colas de las librerías eran ejemplo cultural para el capitalismo. El celo de los conversos a lo Bonald es muy útil para la implantación de regímenes así, lo que pasa es que luego la gente caprichosa pide democracia para ejercer las libertades en la realidad, no Democracia y Libertad Reales, y hay que nombrar comisarios políticos y promulgar leyes que les den sustos al miedo.

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