Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

La armonía de los contrarios

Hace unas semanas compartía con ustedes el pensar de uno de los filósofos presocráticos más brillantes e injustamente olvidados: Heráclito de Éfeso. Escribíamos, entonces, sobre la teoría del ”Movimiento continuo” –“Panta rei”-, en la que el insigne pensador creyó, y defendió con pasión y total convencimiento. Hoy, me gustaría compartir con ustedes otro de los cuatro pilares en los que el genial jónico sustentó su particular respuesta a las preguntas más trascendentales que inquietaron su peculiar existir: “La oposición armónica de los contrarios”.

No vamos a entrar en profundidades filosóficas, no se apuren, tan sólo, si así lo quieren, pensaremos juntos, un poquito nada más, sobre una posibilidad que pudiese atañernos a todos, a nuestras vidas y a las inquietudes que, de modo inevitable, la acompañan, a las desesperanzas que nos entristecen y a esos, a veces, innecesarios temores que ensombrecen la luz de mañanas que debieran ser relucientes. Porque … a cuantas más respuestas -que, de algún modo, no importa cual este sea, satisfagan nuestra imperiosa necesidad de conocer parte de la inmensidad que ignoramos, o de “saber” lo mucho que, aún y siempre, nos quedará por conocer- tengamos acceso, más cerca, aunque siempre lejos, estaremos de ser aquello que hemos venido a ser: personas racionales, y razonables; seres, humanos, para los seres humanos; entes conscientes … de la conciencia de lo que somos.

“Es necesario saber que la lucha es común y que la disputa es justicia y que todas las cosas acontecen por la disputa y la necesidad”, escribió Heráclito. Lo que viene a querernos decir que la oposición entre los aconteceres y las cosas no es motivo natural de discordia, sino la razón por la que se armonizan los contrarios en la unidad.

La noche y el día, el sueño y la vigilia, el verano y el invierno, la salud y la enfermedad, el reposo y la fatiga, estar vivo y estar muerto … Para que se dé una circunstancia, ha de darse, también, la que es su contraria. Y esto, apreciados lectores, tienen mucha más miga de la que, en principio, pudiese parecer. Pensemos …

Por no adentrarnos en excesivas complejidades, vayamos sin más a la aplicación de estas premisas de Heráclito a una cuestión, cotidiana pero esencial, que a todos, sin excepción, nos inquieta, preocupa o condiciona: el Bien y el Mal.

No nos referiremos a lo que es el “Bien” o el “Mal”, es decir, no comentaremos sobre la esencia de estos conceptos -no es el caso-, lo haremos sobre lo que para cada uno de nosotros es “bueno” -conseguir nuestro “bien”- o “malo” -caer en lo que nos hace “mal”-.

Si coincidimos con lo que pensaba “El Oscuro” -por este sobrenombre se conocía a Heráclito-, para que el “Bien” exista, ha de existir el “Mal”; pero … para que el “Mal” sea posible, ha de serlo también el “Bien”. Si no conociésemos “el Mal”, porque no lo hubiese, no sabríamos lo que es “el Bien”, ya que no tendríamos una referencia para comprender lo que sería el uno al no poder compararlo con el otro: su contrario; no habría, entonces, ni “Bien” ni “Mal”, no existiría nada. Y, exactamente igual a la viceversa: no conoceríamos el “Bien” si no supiésemos del “Mal”. Y esto puede ser terrible.

Para que nuestro mundo -el Universo en el que todo es- sea factible, es imprescindible una cierta armonía entre los elementos que lo conforman -sostenía Heráclito-, pero esta armonía no se puede alcanzar sin que haya lucha entre esos elementos, que se oponen unos a otros -que son contrarios-: sin lucha no podrían coexistir, y si no conviven no existen, ni el uno ni tampoco su opuesto. La tensión entre ellos no desaparece nunca: el “Bien” no sucede al “Mal” ni este a aquel, los dos existen a la vez, y siempre.

Todos perseguimos lo que “es bueno” para nosotros, o lo que creemos que va a ser bueno -es irrelevante, para lo que ahora nos ocupa, que coincida, o no, lo uno con lo otro-; pero, para poder alcanzar eso que entendemos “bueno”, para aproximarnos a lo que pensamos nos va a acercar a la felicidad que todos perseguimos, hemos visto que es imprescindible que estemos, pasemos, padezcamos o nos desesperemos -elijan cuantos y los que prefieran- en y con “lo malo”, que es precisamente lo que nos aleja de “lo feliz”, lo contrario a lo que ansiamos … Puede ser terrible, les decía.

Aún hay más. Hemos visto que para hacer real el “Bien”, también ha de hacerse cierto el “Mal”; pero es que, por la misma regla de tres, para que el “Mal” exista, ha de existir el “Bien”. Por lo tanto podemos deducir, sin temor a errar, que en este supuesto filosófico, sin el “Mal” no alcanzaríamos el “Bien”, lo terrible es que si no existiese el “Bien”, tampoco conoceríamos el “Mal”, y esto, en función de la situación en la que cada quien se halle, puede ser … eso: terrible. Quien esté en “lo bueno”, alabará la existencia del “Mal”, por el contrario, a quien le haya tocado en desgracia “lo malo”, abominará de la existencia del “Bien”. Ya les dije … puede ser terrible.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios