Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Se disparan las acciones del NaHCO3 en la Bolsa española (y IV)

RESIGNADO, ordenó el regreso a España con toda la mercancía que el aquel desgraciado –pensó– les había dado. Salieron, volaron, llegaron y explicaron lo acontecido, trasladando las exigencias del viejo cabrón -pensó-.

Fue entonces cuando se produjo la tumultuosa, impaciente y nerviosa estampida que colapsó todas las farmacias del país, los dispensarios públicos y los ambulatorios no habidos y, de seguro, por no haber.

Los portavoces y responsables de comunicación de Ministerios, Secretarías Generales, Subsecretarias Generales, Secretarías de Tamaño Medio y de Medio ‘pa’ Bajo, Delegaciones del Gobierno en Autonomías y provincias todas, Subdelegaciones del Gobierno en Autonomías y provincias, Gobiernos Autonómicos, Delegados del gobierno autonómico en sus propias provincias, Subdelegados del gobierno autonómico en sus provincias propias, Diputaciones y anexos, Ayuntamientos y supletorios, Pedanías, Portavocías de portavoces que no hubiesen encontrado sitio en cualesquiera de las instituciones anteriores, y los de la Plataforma de Excluidos en su intento por llegar a portavoces, ‘pero va a ser que no’; arrasaron con los antiácidos estomacales del mercado, de los almacenes, y de los que aguardaban reservados a la exportación: sal de frutas ‘Eno’ –para los más veteranos–, ‘Alkaselser’, ‘Almax’ o ‘Gaviscón’ para el resto; no dejaron ni un tarro, pastilla o sobrecito. Sólo pensar en lo que se les venía encima, produjo ardentías severas, acidez gástrica insoportable, cagaleras épicas, vómitos nauseabundos, espeluznantes convulsiones, mareos por doquier y desvanecimientos a mansalva: ¡durante un mes tenían que decir… la verdad, toda… la verdad, y… nada más, que… la verdad!

La segunda oleada regaló la causa de la situación que dio motivo al nombre de este artículo: llegada la noticia a los medios de comunicación, ardió Troya.

Periodistas que son, pero no están; ‘periodistas’ si acaso … ¡mañana!, hoy va a ser que no; periodistas que están … en cualquier sitio menos en el de la lealtad, diría que debiera ser hipocrática –como el juramento de los médicos–, al rigor profesional; periodistas, que ni son ni están; ‘expertos’ en lo que sea, depende del asunto en boga, que infestan pretendidos debates ‘especializados’ en radio o televisión; ‘politólogos’, se llaman otros, y así quieren que les llamemos, cuando no pasan de osados correveidiles sin atisbo de profesionalidad; contertulios, de ‘tertulias’ manipuladas, pertenecientes a subespecies variadas: sinvergüenzas, palmeros, descarados, voceros de sus amos, buscadores de ‘pela’, desarrapados, mezquinos, infames o miserables, todos en busca de sus quince minutos de ‘gloria’, dos palmaditas –de quien paga– en la espalda, y a vivir del cuento presumiendo con los ajenos -no tienen amigos- en el bar. Toda esta recua pasó del auto halago empalagoso a la descomposición crónica; del cinismo al canguelo; de la presuntuosa vanidad, continua y exagerada, a una frenética inquietud que secaba gargantas y las ocupaba con inquilinos habitualmente situados entre las piernas; de cocteles y restaurantes ‘a gañote’, a una hiperacidez que les rayaba unas tripas tan arañadas como lo había estado su conciencia antes de trascender a la nada.

Fueron, en tropel, en busca del antiácido salvador, pero no quedaba nada: se lo habían llevado los que medran en política. Desesperados, clamaban por una solución que les aliviase, llamaban, preguntaban... Hasta que la bisabuela de alguno de ellos, olvidada en un pueblo vacío de Castilla, le dijo a su nieto que tomase bicarbonato.

La noticia corrió, como lo hace la pólvora. Hicieron largas colas en boticas, hospitales y clínicas. La demanda del humilde producto se multiplicó en modo exponencial, químicos, fabricantes, y multinacionales aumentaban la elaboración del ahora cotizado bicarbonato, provocando que su cotización en la Bolsa rompiese, al alza, todos los niveles hasta ahora conocidos: ¡los que ordenaban sus tristes vidas les iban a obligar a investigar, contrastar y transmitir las noticias, a argumentar, con solidez, sus opiniones, les forzaban a tener que decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Mientras esto acaecía, en una cabaña desvencijada, perdida en los montes gallegos de Coirós, una anciana –meiga era, decían–, de la que nadie recordaba desde cuándo estaba allí, esbozó una sonrisa con su alma curtida por un tiempo al que nunca estuvo sometida. Muy lejos, un viejo desde un desierto del que no formaba parte, sonrió, también. 

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