Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Una de esas líneas rojas...

Cuando nos acercamos a una situación que consideramos límite, en cualquier circunstancia relevante de nuestra vida, nos planteamos, casi todos, hasta donde estaremos dispuestos a llegar, cuanto podremos soportar, o hasta cuándo podremos aguantar. Surgen, entonces, las particulares líneas rojas que cada cual suele fijar, si en estas o parecidas condiciones se encuentra.

Es un asunto, éste de las ‘líneas’, que sucede en múltiples y muy variadas facetas de nuestra existencia, hoy me voy a referir a la que concierne a mi actitud como articulista de opinión en la prensa, actividad a la que dedico parte de mis desvelos desde hace unos veintisiete años.

A lo largo de este considerable –en las dimensiones que usamos los humanos– espacio de tiempo, más de cinco lustros, he visto, escuchado y vivido una muy cuantiosa variedad de acontecimientos que han ido del blanco al negro, o al revés, de abajo hacia arriba, o viceversa, de la insensatez a la barbaridad, o al contrario, de lo inaudito a lo increíble, o de lo inasumible a lo inaceptable; y me refiero, aquí y ahora, única y exclusivamente, a las cuestiones relacionadas con mi país, España, a sus políticos, con las políticas que les califican, y a las inevitables secuelas que las actuaciones de los unos y las consecuencias de la aplicación de las otras tienen sobre nosotros, los ciudadanos que los elegimos y mantenemos para que administren la hacienda pública: ‘pública’, de todos, no de ellos.

Hemos visto gobernar a los del centro hacia la izquierda y a los del centro a la derecha, hemos padecido la ineptitud, la corrupción, la memeces y el saqueo del Estado que han cometido los unos y también los otros, unos más y otros menos, pero ‘rara avis’ es la que se salva. Hemos tenido que soportar, porque así lo hemos querido, su incompetencia, el nepotismo descarado, la mediocridad, la falta de principios que se le ha de suponer a los altos cargos públicos. Hemos sufrido casi todo tipo, eso pensábamos, de iniquidades, desafueros, abusos y arbitrariedades; pero lo de ahora … lo de ahora deja en pañales culicagados todo lo anterior; como se suele decir, “estos juegan en otra liga”.

Sabemos de las debilidades que ‘adornan’ nuestra condición, conocemos los vicios que a la mayoría pueden, no ignoramos las fuertes –al parecer, irresistibles– tentaciones que el poder supone, estamos al tanto de lo inabarcable de la codicia en la mayoría de los mortales, pero … lo de ‘esta gente’… lo de esta gente supera cualquier presagio, por nefasto que sea; destroza todo tipo de esperanza, por mucho empeño que pongamos en no perderla; aniquila, por completo, la posibilidad, por remota que fuese, de restablecer una Justicia a la que han empujado, atada de pies, conciencia y manos, a las más hediondas cloacas; de salir adelante como nación, como Estado de derecho honesto, equilibrado y creíble… Está sucediendo lo impensable.

Sánchez ‘el desmembrador’ y la inicua recua de esperpentos de la que se rodea, está desmontando la estructura del Estado, descomponiendo la sociedad en la que vivimos, dando garrote a la Justicia, demoliendo España, humillando a la Judicatura, pervirtiendo valores y degollando la libertad; lo suyo es un ‘crimen de Estado’, perpetrado con premeditación, nocturnidad y alevosía; la otra tragedia, el otro ‘crimen’, es que en plena y nauseabunda tempestad, despertando un día con un atropello más infame que el cometido el día anterior, aquí no pase nada.

No comprendo como es posible que con las recientes, y gravísimas, acusaciones de corrupción aparecidas en la escasa prensa independiente que nos va quedando, no haya consecuencias parejas a la gravedad de lo denunciado. No entiendo como el Tribunal Supremo o el Constitucional no pueden evitar que este gobierno y sus secuaces les conviertan en una chirigota de carnaval y, de paso, nos dejen a todos los demás ciudadanos con el culo al aire, indefensos ante el obsceno ludibrio de los que ahora nos esclavizan pervirtiendo un poder que, según parece, nada ni nadie puede contener, limitar o detener.

Y me pregunto: ¿hasta cuándo soportar esta situación?, ¿a qué, o hasta donde vamos a llegar de seguir las cosas como están, y continúan yendo?, ¿cuánto se puede permanecer aguantando con estoicidad lo que nos están haciendo? Son cuestiones que exigen, sin más demora -al menos a mí así me lo requieren-, trazar una, o varias, de esas líneas rojas que no estemos dispuestos a cruzar y, de este modo, nos permitamos poder seguir viviendo con cierta dignidad y una mínima e imprescindible coherencia; lejos, muy lejos, de la masa de borregos, correveidiles, palmeros, secuaces o cómplices de la tormenta que nos quiere llevar.

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