Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Alberto Núñez Seoane

En este valle, de sangre, dolor y lágrimas (y VI)

En el “Quinto Círculo” sufren los han sido señalados para padecer el castigo que trae consigo la cruz de la moneda. Una moneda que, lanzada al aire y después de girar cien veces sobre sí misma, puede caer sobre el dorso de nuestra mano mostrándonos su cara o su cruz. No es, ahora y para el caso que estamos abordando, cuestión de soportar las inevitables consecuencias de las decisiones tomadas, de las que no supimos o no quisimos adoptar cuándo debimos, de errores, flaquezas, faltas o deslices; tampoco se trata de los obstáculos que inevitablemente encontramos en la vida o de las circunstancias adversas con las que, también de manera irremediable, todos, antes o después, tenemos que hacer frente -en estos casos estarían los que se encuentran en el “Cuarto Círculo”, antes descrito-; ahora escribimos sobre aquellos que son víctimas de la cara oscura del azar, la cruz de la moneda … “la mala suerte”.

Como habrán deducido, cuándo de “mala suerte” hablamos, no lo hacemos para considerar los reveses casuales de la fortuna con los que todos nos encontramos, tampoco a los accidentales infortunios, insalvables a lo largo de la existencia de cualquiera de las personas que por este valle deambulan; lo hacemos, nos referimos, a esa desgracia permanente que parece perseguir a quien nada ha hecho para ser acreedor de ella; a ese cúmulo, incesante y continuado, de adversidades que, sin tener por qué, sin motivo, sin lógica comprensible alguna, siquiera, se ceba con buenas y honestas personas; a esas crueles fatalidades que no se despegan del destino de gentes inocentes que, a sabiendas, no han hecho mal alguno a nadie; son esos renglones, sin causa torcidos, que escriben las vidas de almas doblegadas por la perversidad de un acaso implacable con sus destinos, que el Hado parece no consentir enderezar, de los que hablamos, son ellos los que penan en el “Quinto de los Círculos” de nuestro particular infierno de inocentes, porque, en efecto, es esta la terrible realidad de nuestra historia.

“La humanidad desconfía de su propia naturaleza y trata de hallar su estabilidad más allá o más arriba, en la religión o en la filosofía”, escribió John Dewey, filósofo y psicólogo estadounidense del siglo XIX. Siendo, en mi opinión, demasiado condescendiente con el género al que pertenecemos, el humano. La humanidad, los humanos, buscamos la estabilidad, que nunca alcanzamos, a través de la filosofía y, o, de la religión, pero no porque “desconfiemos” de nuestra naturaleza, más bien porque somos muy conscientes, al menos los que buscamos acercarnos lo más posible a esa cierta estabilidad que nos haga soportable la existencia de lo inicuo y siniestro de la condición que nos determina, es decir: de nuestra naturaleza. Si no fuese así, los “Cinco Círculos” de este infierno que juntos hemos recorrido en estas últimas cinco semanas, estarían felizmente vacíos. Pero no, están repletos de infelices inocentes.

Les invito ahora a continuar pensando sobre lo que venimos hablando. Si nuestra naturaleza no estuviese más cubierta de sombras que de claridades, la desdicha de cualquiera de nuestros semejantes nos movería, sin detenernos, a su auxilio, su desventura a nuestro amparo, su amargura al consuelo, su fracaso a nuestra ayuda, su soledad a la compañía: no podríamos continuar, sin más, con nuestras vidas sabiendo de la miseria que se ensaña con quien vive la vida que vivimos; no seríamos capaces de seguir adelante, sin detenernos, acompañar y sentir, con quien padeciese las penas que un infausto destino dejó caer sobre ellos; no entenderíamos un mañana libres de mezquindad si no supiéramos de haberse libres ellos también; pero no, ni es así como las cosas son ni es así como somos nosotros.

Y, creo que no es suficiente con el consuelo, a mi entender vano, de pensar que “hacemos lo que podemos”, porque, salvo muy honrosas y muy escasas excepciones, no es así: siempre podríamos hacer más de lo que hacemos, y esto en el caso de los que hacen algo, ya que son los más los que nada hacen.

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, el genial escritor ruso de finales del siglo XIX, escribía en su novela “El jugador”: “El ser humano es, por naturaleza, déspota y experimenta un placer haciendo sufrir”, afirmación, según mi criterio, mucho más acertada y precisa que la de Dewey, puesto que se ajusta a la desoladora y penosa realidad que nos lleva y nos puede.

Aquellos que sin haber cometido maldades del calibre de la pena que, por tanto, sin causa purgan, la familia, los amigos, la compañía, la circunstancia o el azar, los han empujado al “Círculo” -del primero al quinto- en que se deshacen las vidas que no tienen; aquellos a los que la Justicia, desde donde quiera que descanse, no escucha ni tan siquiera oye, porque no se oye ni se escucha a quien ni se conoce ni se busca; aquellos, que hubiésemos podido ser cualquiera de nosotros, padecen solos, se quedan con la sola compañía de los que, como ellos, sufren lo que no debieran. Y no por no pensarlo, o por volver la vista lejos de esas cinco miserias, o por no querer escuchar los lamentos de allí llegan, no por negarlo deja de estar ahí, muy cerca de donde nosotros estamos y vivimos, ciertos y humanos, reales e inhumanos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios