El viento del sur

Samuel, con tan sólo 4 añitos, dejó de ser niño en el Mediterráneo, allí se ahogó

Samuel llegó a Barbate en enero, con tan sólo 4 añitos. Su madre Véronique, sin embargo, lo hizo un mes después a una playa de Argelia. Llegaron henchidos e indolentes, sin ni siquiera abrir la boca para pedir permiso, y encima cada uno en su otra orilla -¡Por Dios! ¡De una madre y un niño se espera que lleguen juntos, agarrado él al pecho de ella, defendido y arropado, no así!- Pero el viento los dispersó, como en la fábula de Esopo, -¡El viento es el culpable, no yo! -Le decía el mar al náufrago- ¿quién fue nuestro ingrato viento? -susurrará esta desdichada madre a su hijo- ¿quién fue nuestro viento?...

La historia de Samuel y Véronique es una de las historias que nos relata el informe Derechos Humanos en la Frontera Sur, realizado por la organización APDHA (Asociación pro-derechos Humanos de Andalucía). Una historia sobrecogedora que forma parte de la memoria colectiva de los 99 cadáveres recogidos el año pasado, y de la de los otros 200 que nunca aparecerán según la Organización Internacional de las Migraciones. Gente valiente, que cruza desiertos y guerras para salvar a sus familias, gente con nombres y apellidos, con familias y amigos, con un futuro que compartir con nosotros. Y además de tantos homicidios encubiertos por las políticas que nos gobiernan, el informe analiza una decena de violaciones más en nuestra frontera sur: el negocio en torno a la seguridad que hace que las partidas destinadas a la cooperación se usen para sufragar formación militar; las devoluciones en caliente que han sido declaradas ilegales por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos; la situación de explotación y maltrato de las mujeres porteadoras en la frontera con Ceuta y Melilla; etc. En definitiva, una lista insoportable de delitos que hacen a España y las políticas europeas cómplices sin paliativos del mayor genocidio de nuestra historia reciente.

Samuel, con tan sólo 4 añitos, dejó de ser niño en el Mediterráneo, allí se ahogó y llegó hasta aquí empujado por el viento, hinchado e inofensivo. Su madre, capricho del destino, fue devuelta a África por ese mismo aire. Debemos llorar sus muertes, ser los testamentarios de sus propósitos y hacer que esta tierra con tanta historia, con tanta cultura, con tanta mezcla, sea el paraíso que se les negó, la brisa que les amparó.

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