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La imagen de la jefa de Protocolo de la Comunidad de Madrid bloqueando con su brazo la subida del ministro de la Presidencia a la tribuna de autoridades durante la fiesta institucional del 2 de Mayo refleja hasta qué punto el infantilismo se ha unido en la política española al sectarismo y a la falta de respeto al ciudadano. Se trata de un incidente que pronto quedará en el olvido. Lo importante no son los hechos en sí, sino lo que representan como símbolo de la falta de calidad y preparación de nuestra clase política. Sería entrar en un juego maniqueo analizar si tiene razón la presidenta Isabel Díaz Ayuso o el ministro Félix Bolaños, si una comunidad autónoma puede vetar la presencia de un ministro del Gobierno de España en un acto que es institucional y no partidista o si un ministro puede acudir a una convocatoria a la que no ha sido invitado y cuya presencia va a ser interpretada como una provocación. A estas alturas es los de menos. Evidentemente, Bolaños forzó las cosas y Ayuso reaccionó de la peor forma posible, negándole al ministro una preeminencia que sí dio a Alberto Núñez Feijóo, sin otro título en ese acto oficial que el de presidente del Partido Popular. El bochornoso espectáculo incide sobre uno de los males que más están socavando los cimientos del sistema democrático español, que encamina a su medio siglo de vida con más de un achaque. La falta de preparación y el mantenimiento del poder como estrategia única hace que el comportamiento de los políticos caiga no pocas veces en el esperpento. La consecuencia lógica es que cada vez una parte más mayoritaria de la opinión pública se desconecta de la política y se limita a verla como un mal necesario en manos de personas que no han acumulado ni preparación ni méritos para hacer carreras profesionales brillantes en otros ámbitos. Y esto, se quiera admitir o no, es un riesgo para la estabilidad democrática.
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