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Tribuna

Francisco García-Figueras Mateos

La otra mirada

Si contemplar la belleza en cualquiera de sus manifestaciones resulta interesante y placentero, hacerlo en compañía de otra persona puede serlo aún más, en la medida en que nos permite ser testigos de las emociones que afloran en nuestro acompañante frente a lo que está viendo. Además, esa otra mirada puede descubrirnos detalles que hemos podido pasar por alto o no hemos sido capaces de percibir.

Si se trata de alguien entendido en la materia, la experiencia probablemente resultará maravillosa. Pero si esa otra mirada es la de un niño, ávido por conocer y descubrir, puede ser también enriquecedora y muy gratificante.

Así pudo constatarlo hace unos días un hombre que, como muchas otras personas, asistió con su hijo de cinco años a la exposición "Cofradías, la huella del tiempo en Jerez" que alberga los Claustros de Santo Domingo. Un enclave incomparable para un acontecimiento histórico.

En la primera de las salas, la de Artesanía, todo embelesa al chiquillo. En particular, los pasos en miniatura y el pelícano -símbolo del amor- que corona el frontal del paso de misterio del Santísimo Cristo de la Sed.

Mientras observan las cruces de guía y los hábitos nazarenos, el hombre explica a su hijo cómo cada atributo o insignia adquiere un sentido dentro de los cortejos procesionales.

Que en el colegio se estén iniciando en el conocimiento de la historia anima al padre a indicarle que el “Senatus” permite situar históricamente el momento de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Ya en la Sala de los Misterios, la ternura en los ojos del crío al encontrarse con la pollina del misterio de la Entrada Triunfal en Jerusalén, torna en inquietud ante la fuerza expresiva y el dramatismo de algunas de las imágenes secundarias, representantes del poder político y religioso de la época.

En contraste con tanta “terribilitá” y tanto ceño fruncido, la belleza etérea del Ángel Confortador cautiva al pequeño. La prestancia de sus alas y su preeminente ubicación trasladan por un instante a aquel hombre a la escalera Daru del Museo del Louvre.

Con mucha ilusión comenta a su hijo ante las imágenes secundarias del misterio de la Salvación, que fue compañero de colegio de Manuel Alejandro Oliveras de Perea, autor del imponente conjunto.

Pasado el miedo inicial, la visión de “Marquillo” genera una divertida curiosidad en el niño, que su padre aprovecha para invitarle a descubrir las avefrías en la túnica de Jesús.

Continúan el recorrido propuesto accediendo a una mágica Jerusalén en miniatura, a cuya entrada “hacen guardia” los dos soldados romanos que Francisco Pinto Berraquero talló para el misterio de Nuestro Padre Jesús del Consuelo en el Desprecio de Herodes.  

La maestría belenista en las composiciones, en la recreación de escenas y personajes, en los juegos de luces y sombras… Es tal su poder de sugestión que no seremos pocos los que hayamos soñado alguna vez con perdernos en alguno de esos dioramas. El realismo de esos pasajes evangélicos trae a la mente de aquel hombre algunas superproducciones propias de estas fechas, como 'Ben-Hur', rememorando fragmentos de la primorosa banda sonora de Miklós Rózsa, mientras sus ojos se nublan recordando a su padre.

Antes de bajar por las escaleras que conducen a la primera planta, lo alegórico de la “Chacha” -el Triunfo de la Cruz sobre la Muerte- llama poderosamente la atención del pequeño.

Lo mejor está por llegar en la "Sala de la Virgen", con bellísimos exponentes de bordado y orfebrería. Y la apoteosis final con la "Sala de los Palios". Allí se dan la mano la fascinación por lo que están admirando y el anhelo por disfrutar el año próximo de la incomparable excelsitud de María Santísima bajo palio, deseando que la icónica Cruz de Guía que abre la exposición haga lo propio con las procesiones de un nuevo Domingo de Ramos. Y así volver a ver en esa otra mirada -la de niños y mayores- la ilusión por vivir una Semana Santa como siempre hemos conocido.

Quisiera terminar compartiendo la reflexión que, con sus palabras, planteó aquel niño de cinco años a su padre ante el diorama que recrea el momento del lavatorio de los pies. Reflexión que viene a recordarnos lo verdaderamente esencial de todo esto: casi dos mil años de un mandato de Amor que sigue calando con fuerza en muchos corazones.

El chiquillo, viendo a Jesús arrodillado, en clara actitud de servicio, interpeló a su padre con los ojos muy abiertos, diciendo: "Papá, si Él es el que manda, ¿por qué está lavando los pies a los demás?".

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