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Tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide

Políticos y autoridad

Incluso un Ejecutivo tan autista tiene que bajar de vez en cuando a la Tierra. Lleva meses chalaneando para lograr apoyos para unos Presupuestos imaginarios

Políticos y autoridad Políticos y autoridad

Políticos y autoridad / rosell

Negar o socavar la autoridad de padres, maestros, policías o jueces tiene una ventaja: coloca al político como el único referente. Ya se encargarán las redes sociales de criar a generaciones de consumidores caprichosos que desconozcan sus deberes y distingan perfectamente entre malos y buenos. ¡Cuánto placer desligarse de los tonos grises y de la razón!

El divorcio entre los políticos y los ciudadanos es tan evidente como los michelines que nos ha legado la pandemia. Esta brecha es casi tan grosera como la que separa los ingresos de directivos y trabajadores. Es complicado conectar con el personal cuando te mueves en coche oficial. Un país cuyos salarios están por debajo de cuando entró en el euro, con elevados niveles de precariedad laboral, requeriría gente que supiera el precio de la fruta, el pescado y la verdura. Luego vendrán desde el Ministerio PlayMobil a darnos la tabarra con la alimentación saludable. Señores: hay familias a base de pizza congelada, patatas y salchichas. Nuestros gobernantes habitan una realidad paralela en la que se acude en avión privado a las cumbres sobre el calentamiento global.

Pero incluso un Ejecutivo tan autista tiene que bajar de vez en cuando a la Tierra. El Gobierno del PSOE lleva meses chalaneando con la igualdad de los españoles para lograr apoyos para unos presupuestos imaginarios. Ya vendrá luego la UE con las rebajas. Los de Podemos están a lo que surja. Como los antiguos anuncios de contactos. Cuando tu política la dicta la salvaguarda del tren de vida que empiezas a disfrutar, se olvidan las promesas. Los medios preparan a la Ministra Armani para mantener el invento en pie. Nuevas pieles para la vieja ceremonia, que diría Leonard Cohen.

Un Ejecutivo completamente insensible a la cotidianeidad de sus ciudadanos y tan enfrentado al sentido común, como al resto de instituciones del Estado, no va a proteger a un niño de cinco años de la tribu separatista. Si no van a ayudar a los palmeros, mucho menos a familias que les puedan fastidiar la foto de los Presupuestos. Ni a las peluquerías. Ni al campo o a los ganaderos. Ni a los transportistas. Ni a las víctimas de ETA que tienen que aguantar, lo que tienen que aguantar. Ni a los profesores que aparecen en las listas negras del nacionalismo o los docentes de filosofía, latín o griego, cuyas disciplinas serán lanzadas al pozo de los desperdicios. Es que ni tan siquiera se comportan con un mínimo de decoro con las víctimas del franquismo, ya que el propio Gobierno reconoce que ignora cuántas se han exhumado con dinero público. Su imaginario se va zurciendo en virtud de la extensión del mandato.

En España se han perdido las formas. Antes se justificaban las transacciones presupuestarias con argumentos que entrañaban el cumplimiento de ciertos objetivos generales. Hoy no. Se trata de una subasta donde delegados nacionalistas de la taifa correspondiente se permiten el lujo de usar un vocabulario más ligado a la extorsión que a la negociación. Todo parece olvidado. Que los diputados, sean de donde sean, nos representan a todos o que los Presupuestos Generales del Estado deben centrarse en las necesidades de la ciudadanía, sin importar el territorio que habita, son principios básicos de nuestra democracia que han quedado sepultados bajo toneladas de tuits. Los altos funcionarios que fortalecían la administración están siendo sustituidos por cargos políticos. Y, mientras tanto, tenemos una oposición cuyo plan es derogar todo lo anterior. Ni siquiera son capaces de llegar a acuerdos por el bien general o abandonar el tacticismo electoral. Esta oposición inoperante y débil también tiene su cuota de responsabilidad.

Muchos ciudadanos tenemos la sensación de ir en un avión sin pilotos o aprendices que se turnan en el pilotaje cada cinco minutos. En la magnífica película de los Hermanos Marx, Sopa de Ganso, Chico Marx se disfraza de Groucho y espeta: "¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?". Esta frase retrata a este Gobierno. La política no tiene que ver necesariamente con la realidad. Es lo que los programadores del duopolio televisivo se les antoja que sea. Son las ruedas de prensa sin preguntas. La exclusión de periodistas o medios en beneficio del buen rollismo. La propaganda aplastando a la información.

No es pesimismo. Son los hechos. La debilidad interna de España ha abierto un mundo de posibilidades para cualquier potencia exterior que quiera dañar nuestros intereses. Pregunten en Canarias o en la UE. ¿Y en Iberoamérica? Peor. Contamos con ministros que creen que España siempre ha hecho todo mal. Pretenden trasladar su desconocimiento de nuestra historia común a los escolares. Realizar un borrado selectivo de lo que somos para que el sentimentalismo y su autoridad tuerza lo que podamos ser. Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?

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