Tribuna

francisco núñez roldán

Historiador

La estrategia de Aarón

Frente a la determinación de Moisés, Aarón, de palabra fácil y ánimo débil, apostaba por la estrategia de la neutralidad, la ambigüedad y el apaciguamiento

La estrategia de Aarón La estrategia de Aarón

La estrategia de Aarón / rosell

La historia del pueblo judío y del judaísmo sería incomprensible sin la lectura de los cuatro libros que siguen al Génesis, cuyo protagonista principal es Moisés. No es gratuito que el Éxodo se inicie con el relato mítico de su nacimiento y el Deuteronomio concluya la historia de manera circular con su muerte y con la exaltación de su personalidad: "No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés a quien Yahveh trataba cara a cara" (Dt 34,10). Liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto y conducirlo por el desierto hasta la Tierra Prometida constituyó una gesta de dimensiones colosales y habría que preguntarse, tal como lo hiciera S. Freud en Moisés y la religión monoteísta, cómo es posible que un hombre ejerciera, él solo, tan extraordinaria efectividad.

Freud argumenta que su grandeza residió en la imposición al pueblo de la fe en un dios único, eterno y omnipotente, en las leyes que promulgó y en la autoestima que le transmitió al convencerlo de ser el elegido de Yahveh. Pero, ¿acaso no fue menor logro la estabilización del movimiento pendular entre la fe y el descreimiento de las masas, tan reiterativo durante aquella travesía? Cabe añadir también que, teniendo en cuenta que Moisés, según Flavio Josefo, había sido general del ejército egipcio, la raíz de su grandeza residía no solo en su fe sino en su estrategia política: "En la mano tan fuerte y el gran terror que puso por obra a los ojos de todo Israel" (Dt 34, 12). Una fuerza empleada contra los egipcios y sufrida por los hebreos, a cambio de que la promesa de una Tierra de leche y miel se cumpliera.

Así pues, nada nos hace pensar en un Moisés débil y dócil a las quejas y a los intentos de rebelión que padeció, sino todo lo contrario. Para resaltar su figura y no generar dudas, las escrituras ofrecen el modelo opuesto: Aarón, su portavoz y hermano. Frente a la determinación de Moisés, Aarón, de palabra fácil y ánimo débil, apostaba por la estrategia de la neutralidad, la ambigüedad y el apaciguamiento. Conocido es el episodio que demuestra tanto su debilidad ante las masas como su neutralidad en el dilema que se le planteó en ausencia de Moisés: aceptar la petición de una parte del pueblo de fabricar un becerro de oro, y adorarlo, o rechazarla. Optó por el camino de en medio: erigir un altar ante el becerro anunciando que habría fiesta en honor de Yahveh (Ex 32, 1-6).

No obstante, siendo sumo sacerdote, cuesta creer que Aarón cometiera un error tan burdo y un pecado tan execrable. No es descabellado pensar que tuviera una alternativa estratégica. Ante la impaciencia de las masas, que siempre lo son; huérfanas de la seguridad que les garantizaba el gobierno de Moisés, al que habían entregado su destino, sin identidad comunitaria dada la heterogeneidad de su composición; y siempre proclives a volver a Egipto, cuya esclavitud el pueblo añoraba y en cuya cultura habían sido asimiladas, Aarón tomó una decisión tan acertada como inútil: sabiendo que su hermano regresaría enfurecido del Sinaí y castigaría a los idólatras, cedió ante las presiones.

Como la autoridad de Aarón siempre estuvo en entredicho por los que pretendían su cargo, prefirió la dilación a la fuerza, convencido del carácter absurdo de la propuesta. Al bajar del Sinaí Moisés le exigió explicaciones, y sólo esgrimió como causa la inclinación maligna del pueblo. Su protagonismo bíblico se diluyó y un espeso silencio o unas pocas líneas, lacónicamente elogiosas, le acompañaron en los textos sagrados posteriores. El relato del becerro, como una leyenda ad hoc con propósitos pedagógicos, concluye con la orden de Moisés a los levitas de pasar por la espada a los idólatras y deja para otro momento el castigo divino a Aarón por hacer de la debilidad virtud: morir antes de pasar el Jordán.

En nuestro tiempo, un líder religioso ha convertido la ambigüedad de su doctrina en norma y el creyente se pregunta qué hacer, qué mandamientos seguir, qué cultos cumplir, si adorar a la Madre Tierra o al Dios único y misericordioso. En paralelo, ocurre felizmente que las leyes democráticas impiden que nadie se erija en gobernante por la fuerza. Pero son permisivas con la inconsistencia política, la ruptura del ideal comunitario, la neutralidad ante la violencia social, la codicia y la injusticia, y con la carencia de escrúpulos para llegar al poder. En esas condiciones es imposible el desarrollo de un Estado fuerte. Seducidas por el becerro, las masas han tomado el poder y Dios nos ha abandonado al azar.

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