Antes de que amanezca

En el pecado va la penitencia

"Hay que llegar despierto a San Miguel para contemplar la más sublime subida al Calvario"

Manuel Romero Bejarano

Jerez, 28 de marzo 2013 - 12:58

A Javier Jiménez López de Eguileta, hermano del Santo Crucifijo.

PASARON las horas, y un breve pero hermoso Jueves Santo queda lejos, tan lejos que parece que nunca hubiese existido. La Yedra se echó a la calle llenando de alegría la Plazuela Orellana. Juanillo salió y entró por la puerta de San Juan de Letrán, bailando a hombros de chavales. La Buena Muerte llegó a Cristina con sus caminar lento y solitario. Entonces la ciudad empieza a vaciarse de juerguistas y curiosos, mientras los niños aún duermen, soñando con una mañana llena de penitentes.

Hay que resistir, tomando un café tras otro, charlando, contando chistes, andando sin rumbo. Hay que llegar despierto a la calle San Miguel para contemplar la más sublime subida al Calvario que imaginó nadie. Ni artistas, ni poetas. Ni el fasto de la liturgia. Ni el esplendor de la música sagrada. Nada se puede igualar a lo que sucederá un poco antes de que amanezca.

Callad. Ya vienen. Es el momento de acurrucarse en cualquier fachada, arropado por la humedad, con los pies doloridos y un agotamiento extremo. Unos cuantos fantasmas caminan sin rumbo charlando despreocupados. ¿Dónde vais? No sabéis lo que os aguarda. El espectáculo más triste y hermoso que jamás pudo contemplar un mortal. Callad. Ya llegan...

La noche se vuelve cada vez más oscura en la calle San Miguel. Han apagado las luces y sólo se oye un rumor lejano, muy lejano. Me doy cuenta de que estoy sólo y muerto de frío, cuando dobla la esquina la cruz de guía. En un instante todo es negro, todo es tiniebla. Los primeros cirios apenas dejan ver la sombra de este cortejo fúnebre que ha escarnecido al Hombre, lo ha azotado y abofeteado, lo condenó y lo tiró al suelo cargado con una cruz. Salve, Rey de los Judíos. Atado y golpeado como una bestia. Ya lo han matado y ahora guardan silencio, arrepentidos. Vestidos de ruán, sin inmutarse. Soportando una dura penitencia. Poco a poco se hace la luz y vemos brillar la plata vieja y los bordados. Pasan el senado y el pueblo romano, pasan dos mil años de historia y un río de nazarenos inertes con la mirada fija al frente. Vuela el incienso. A estas horas me siento flotar en un bello sueño, donde José de Arce y Currito el Dorador se abrazan sobre un monte de oro y claveles rojos...

Cristo ha muerto. Miradlo y no digáis nada. Ved cómo su sangre cae sobre los pasos racheados de los costaleros. Derramad amargas lágrimas ante a la perfección de su cuerpo herido. Será un instante, diez segundos, un minuto de escalofrío al pie de la cruz. El lugar donde se agolpan el Bien y el Mal. Donde yace Adán, esperando la gloria del Paraíso.

Continúa el Camino del Calvario mientras la multitud silenciosa sigue al Reo. Y vuelven los cirios, y el oro y la plata, y la música (extraña y metálica) de un palio, bajo el que La Virgen llora desconsolada. Voy detrás de su manto, intentando atrapar la belleza que se me escapa por la plaza de León XIII, pero cuando me doy cuenta, las puertas de San Miguel se han cerrado.

La pena es infinita. Da igual que empiecen a trinar los pájaros. Me espera una turbia amanecida llena de desasosiego. Quizás porque ha muerto el Mejor de los Nacidos. Quizás porque hay que aguardar un año para volver a contemplar esta preciosa ascensión al Gólgota. Bajo por San Agustín, aún dentro del sueño, cuando la noche termina. Una explosión morada me aguarda en la calle Larga. Corre, Manolo. Corre a beberte de un trago todo lo que aún queda de Madrugada.

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