Siempre está bien regresar a los clásicos, no cabe duda. Es algo que he hecho en las últimas semanas, en las que, por imperativos de la efeméride del 150 aniversario de su nacimiento, he vuelto a repasar «vida y cante», como tituló José Blas Vega su biografía de 1986, de don Antonio Chacón. La inmersión, porque la tengo que calificar de esa manera, ha sido un placer, y no puedo menos que plasmar en este espacio algunas de las reflexiones que me ha provocado. La más importante, quizás, tiene que ver con su condición de paisano, porque el legendario cantaor nació en la jerezana calle Sol. No muy lejos de allí, el ayuntamiento republicano de 1936 le dedicó una vía: la denominada calle Cazón. Ahí me surgió la primera cuestión: ¿en algún momento el personal la ha llamado por el nombre del artista? Parece ser que no. Me pregunté si eso podría ser síntoma de la poca penetración del cantaor en su tierra natal. Tal vez, pero en este tipo de casos, es cierto que la prevalencia del nombre tradicional suele ser habitual. Pensé en otras presencias del artista: tiene un busto, pero quise saber dónde estaba (se cambió de sitio hace años) y casi nadie lo sabía (está en la Cruz Vieja). También existe un Centro Cultural Flamenco que lleva su nombre, que tiene cuarenta años de existencia y ha impulsado casi la totalidad de las actividades realizadas en esta conmemoración. Sin embargo, está extendida la sensación de que existe un cierto divorcio entre la ciudadanía y su paisano, un cantaor que tuvo una importancia capital y cuya obra es fundamental para comprender el flamenco que hoy escuchamos. Este divorcio es un hecho que he constatado con compañeros y aficionados. Los actos que se han realizado en su memoria puede que hayan contribuido a paliar ese secular distanciamiento, al menos dentro del minoritario círculo flamenco. Y eso es algo que hay que celebrar.

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