Cuarto de Muestras

Servicio de desatención

Entran ganas de revolear el ordenador y aporrear la puerta del organismo correspondiente

La pandemia ha dejado una secuela permanente. Nos han dejado de atender. Nos reconducen a realizar gestiones necesarias por medio de portales informáticos. Los programas virtuales nos someten a un calvario de registros, reinicios, señas y contraseñas hasta que la sesión del jeroglífico digital caduca porque lo han creado con muchas dificultades, pero con muy poca paciencia. Entran ganas de revolear el ordenador y aporrear la puerta del organismo correspondiente en el que el personal, tras el cristal de la puerta, charla animadamente sin que ningún infeliz administrado le interrumpa.

Nos han habituado a ver colas a las puertas de las oficinas públicas y entidades bancarias. Nada más salir de casa por la mañana encuentro una cola a la puerta del banco de la esquina. Dentro la oficina ha tomado forma de absurda cafetería de diseño en donde nadie toma café y todo resulta inútil, una especie de invitación a no acudir. Para qué. Han desaparecido los mostradores, las cajas, las mesas de trabajo y todo aquello que signifique dar servicio al cliente. Para cualquier operación hay que recurrir al ordenador o al cajero automático. No todos los empleados de banca están felices con este desatino. Muchos, en confianza, muestran su desacuerdo y su miedo a resultar prescindibles ante esa extraña política de no atender ni a los clientes ni al sentido común.

En el juzgado el disparate llega al absurdo. Los guardias civiles que lo custodian se han convertido en celadores, administrativos, representantes de la caridad que, en más de una ocasión, rellenan el formulario digital para la dichosa cita previa del Registro Civil a las personas mayores. Los funcionarios hay veces que están ya de mal humor a primera hora porque el programa no les funciona o porque tiene alguien que cerrar la página para poder entrar o porque toda gestión se ha vuelto irritante.

Los pocos que no quieren dar un palo al agua encuentran la excusa perfecta. El otro día llegué al juzgado a las 8.53 horas porque necesitaba hacer una gestión antes de un juicio. Al llegar a la oficina, una funcionaria de mal humor me dijo que no eran las 9.00 todavía, que cómo había entrado. Estuve a punto de decirle que a punta de pistola como vengo haciendo desde hace 30 años. Viendo su disposición, le dije que no se preocupara, que presentaría un escrito. Y es que los medios cambian, pero las personas no.

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