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ANATOMÍA DE UNA CAIDA | CRÍTICA

Anatomía de un matrimonio: más Bergman que Preminger

Los actores Swann Arlaud y Sandra Hüller en la película.

Los actores Swann Arlaud y Sandra Hüller en la película. / D. S.

Un matrimonio quizás no tan perfecto y su hijo. Ella es una escritora de éxito. Él querría serlo. Una hermosa casa en un bello paisaje de montaña que quizás esconda cosas no tan hermosas y bellas. Una caída que provoca la muerte del marido. Una investigación. ¿Suicidio? ¿Accidente? ¿Homicidio? Un juicio, en el que la acusada es la mujer, al que el espectador llega sin datos que le permitan saber más de lo que saben quienes defienden, acusan y juzgan sin saber nada.

El juicio será una autopsia del matrimonio, quizás muerto antes de la muerte del marido, y una vivisección de la mujer ante la justicia, las cámaras de los medios y su hijo. El título de esta película es exacto, hasta en su guiño al Preminger de Anatomía de un asesinato. Es un thriller en el que el suspense no es lo más importante, aunque lo hay. Es una película de juicio -y muy detallista en la sucesión de las investigaciones, los interrogatorios y sobre todo el proceso- en la que la culpabilidad o la inocencia no son lo más importante, aunque tengan su importancia.

Justine Triet, directora cuyo prestigio no guardaba relación con su discreta filmografía (una buena película, La batalla de Solferino y dos discretas, Los casos de Victoria y El reflejo de Sibyl), ha logrado con esta película equilibrar calidad, es con diferencia la mejor de cuantas ha realizado, y reconocimiento, con la Palma de Oro que logró en Cannes.

Triet ha encontrado un pulso que le faltaba en sus anteriores películas. Su despiadada e inteligente estrategia consiste en poner los mecanismos narrativos del cine clásico -la eficacia de la transparencia- al servicio de una forma de narrar de una cortante precisión. Los diálogos, tan importantes en el cine de juicios, nunca incurren en el abuso verbal y mucho menos en la teatralidad. El corte del plano da una relevancia dramática a los rostros y los espacios.

Conforme la cámara, los actores y los diálogos van haciendo la disección del matrimonio y la vivisección de la mujer se van manifestando las intenciones de la realizadora: más a lo Bergman que a lo Preminger. y desde luego que a lo Hitchcock, la muerte y el juicio le sirven para ahondar en la relación del matrimonio -¿de este o de todos?- en el que la rutina cotidiana y la politesse (no siempre) son alfombras bajo las que se van acumulando pelusas de miseria. Si cruel es hacer la disección de un matrimonio a la luz pública, más lo es la vivisección de la protagonista, personaje por otra parte hacia el que no es fácil sentir simpatía. El papel del hijo, afectado de una discapacidad visual, añade crueldad: si duro es exponer las miserias de un matrimonio ante un tribunal, más lo es hacerlo ante un hijo que ha de jugar el papel de testigo. ¿Cómo resiste la vida íntima de una pareja ante las miradas de los demás cuando, capa a capa, se la va anatomizando?

Tan interesante como áspera. Entretenida pese a su largo metraje, cuya mayor parte se centra además en el juicio, gracias a la fuerza de los diálogos y a buenos giros de guión que juegan con lo mucho que desconoce el espectador y va conociendo -solo en parte: su final es ambiguo- poco a poco (es inteligente el recurso, tan convencional y usado en el cine de crímenes y juicios, de la grabación que por anteceder a una muerte se convierte en prueba acusatoria). Sustentada, no solo, pero sí sobre todo, en la extraordinaria interpretación de Sandra Hüller encabezando un reparto en el que todos están perfectos, sobresaliendo el joven Milo Machado en el que quizás sea el más difícil papel de la película.      

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