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GOLDA | CRÍTICA

Extraordinario personaje, gran actriz, floja película

La actriz Helen Mirren en el largometraje de 'Golda'.

La actriz Helen Mirren en el largometraje de 'Golda'. / D. S.

El guión de Nicolas Martin (cuyo único crédito es haber escrito el de Florence Foster Jenkins de Frears) comete el error de encerrar a Golda Meir, anciana y enferma, en los 19 días de la guerra de Yom Kippur sin ser capaz de trascenderlos para dar una visión de la importancia, complejidad y grandeza del personaje. Una película no puede ni debe reproducir una biografía de la cuna a la tumba, como hace el desastroso Napoleón de Scott. Debe escogerse lo que permita reflejar la personalidad del biografiado. La rica y apasionante biografía de Golda Meir incluye la pobreza al límite de la miseria de las comunidades judías ucranianas azotadas por los progromos bajo el imperio ruso que ella sufrió de 1898 a la emigración de la familia a Estados Unidos en 1906. Esos ocho años marcaron toda su actividad política: "mi determinación de que nunca más un niño judío tuviera que vivir semejante experiencia explica el rumbo que tomó mi vida".

Incluye su jovencísima adscripción al sionismo socialista en su juventud americana hasta su marcha a la Palestina bajo mandato británico en 1921, su dura vida en un kibutz y su inmersión en la política a través del sindicalismo socialista con una fuerte carga feminista. Incluye su agónica lucha por salvar, ante la indiferencia de las naciones democráticas, a los judíos alemanes tras la subida de Hitler al poder, asistiendo a la desmoralizadora Conferencia de Evian en 1938. Incluye su papel fundamental en la creación del estado de Israel, de cuya declaración de independencia fue una de los 25 firmantes, y su novelesca misión de paz ante el rey Abdulah I disfrazada de mujer árabe. Incluye su estancia en Moscú como primera embajadora del nuevo Estado de Israel en 1948 y su larga carrera política como diputada y ministra que culminaría, siempre en las filas del partido laborista del que fue líder, con su mandato presidencial entre 1969 y 1974. No es el mayor error del guión haber escogido la Golda anciana y enferma durante la guerra de Yom Kippur -que ya fue abordada con maestría por Amos Gitai en Kippur (2000)- sino su incapacidad por hacer un retrato de la personalidad formidable de Golda Meir a través del momento escogido.  

Una película no es un ensayo y una crítica de cine no es la de una obra de investigación, pero en este caso es importante resaltar la incapacidad del guión para reflejar tanto la personalidad de su protagonista como la guerra de Kippur. Agravado por la floja realización de Guy Nattiv, mediocre director israelí (Desconocidos, The Flood, Magic Man) con breve carrera en el cine estadounidense (Skin), que no es capaz de remontar esta reducción o concentración biográfica. Sin brillo, pero con eficacia, Joe Wright centró su película sobre Churchill en unos pocos días de 1940 (El instante más oscuro) y Jonathan Teplitzky, con mayor fortuna, solo en las 48 horas que antecedieron al desembarco en Normandía (Churchill), logrando transmitir a través de tan breves episodios la personalidad del estadista. Nattiv no lo logra, quedándose a medio camino tanto en lo que al conflicto bélico se refiere (pese al mal utilizado material de archivo y el exceso explicativo verbal) sin lograr insertarlo en la compleja cuestión de la paz hasta hoy desgraciadamente imposible entre Israel, los países árabes y los palestinos, como en lo que se refiere a la apasionante personalidad de Golda Meir. Y eso que para interpretarla cuenta con la siempre grande Helen Mirren, que ha interpretado una buena cantidad de personajes históricos culminados en su extraordinaria interpretación de Isabel II en The Queen sin recurrir al exceso de maquillaje y prótesis aquí utilizados. En cine la interiorización del personaje es mas importante que el parecido físico, y este debe procurarse con el mínimo de maquillaje. Los muy distintos entre sí Gary Oldman, Brian Cox y Albert Finney interpretaron tan convincentemente a Churchill como Anthony Hopkins a Nixon o Meryl Streep a la Tatcher sin apenas retoques de maquillaje. En esta película Helen Mirren parece a veces tener que luchar con el maquillaje y las prótesis para que su voz (es fundamental verla en versión original), su mirada y su gesto puedan adueñarse del personaje que interpreta. Aun así, ella es lo mejor de la película. Los otros personajes históricos -Kissinger, Nixon, Dayan- están interpretados y tratados con un aire de museo de cera.

Lo peor es que la película no hace justicia humana e histórica al personaje, pese a ponerse de su parte, en un momento tan complejo, polémico y trágico que exige mayor rigor y mejor cine. 

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