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Crítica 'Amor bajo el espino blanco'

Toda la emoción del mundo cabe en una única y última lágrima

Amor bajo el espino blanco. China, 2010, Drama romántico. 114 min. Dirección: Zhang Yimou. Guión: Yin Lichuan, Gu Xiaobai. Intérpretes: Zhou Dongyu, Shawn Dou, Chen Taisheng, Rina Sa, Xi Meijuan, Li Xuejian, Lü Liping, Sun Haiying.

Iniciada en 1966 como resultado de las luchas intestinas en la cúpula del partido comunista chino, la Revolución Cultural, vergonzosamente aplaudida por una parte considerable de la intelectualidad progresista europea, fue una atrocidad que impuso, a través de comités populares, una gigantesca caza de brujas supuestamente capitalistas y revisionistas. La operación permitió a Mao recuperar el poder absoluto hasta su muerte una década más tarde.

Este horror histórico, representado con una serenidad que hace aún más dura su condena, es el escenario de la conmovedora, delicada y sincera historia de amor que nos devuelve al mejor Yimou intimista tras su fallida Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos (2009) y tras el ciclo de obras épicas (Hero, La casa de las dagas voladoras y La maldición de la flor dorada) que abarcan, con la excepción de La búsqueda, toda su filmografía última. Es el gran Zhang Yimou de El camino a casa o Ni uno menos, ambas de 1999, el que retorna con esta hermosa historia de amor que guarda muchas similitudes con esas dos obras maestras. Aunque aquí se pasa, sin perder nunca la contención, al gran melodrama.

Durante la Revolución Cultural una casi apenas adolescente es enviada a una alejada aldea para su "reeducación", de cuyos resultados dependerá el futuro de su familia: el padre ha sido encarcelado y la madre, enferma, ha de sacar adelante a sus hermanitos en condiciones extremadamente duras. La chica procura ser obediente y aplicada, aprendiéndose las consignas de una buena comunista china y distanciándose de los capitalistas y revisionistas sometidos a castigos más duros que el de ella. Pero irrumpe el amor, con la fuerza de ser además el primero, cuando conoce al joven, divertido y tierno hijo de un alto cargo militar. Un amor obligado al secreto y prohibido entre la hija de una familia condenada y pobre y un miembro de la clase dirigente. La representación de este primer amor, la fuerza de su inocencia, está tratada con un pudor exquisito y una contenida ternura. Del primer e inocente abrazo al último encuentro -aplastado por el peso de una única lágrima-, la historia de este amor puro está filmado con una emoción respetuosamente solidaria para con los sentimientos de los personajes y con una contención admirable, dado lo extremo de los materiales dramáticos que Yimou maneja.

Interpretaciones excepcionales por su delicadeza y su desgarro, especialmente en el caso de la joven debutante Zhou Dongyu y de la veterana actriz teatral Meijuan Xi en el papel de su madre; un montaje que da su tiempo a los planos (ese tiempo largo -el que necesitan las emociones para expresarse a través de los rostros- que humaniza el lenguaje cinematográfico, tan deshumanizado en el último cine occidental); una deslumbrante a la vez que sobria y nunca gratuita belleza fotográfica; un uso de los fundidos en negro y de los rótulos insertos en ellos que cumplen la función de la voz off truffauniana: todo se ordena, a través de una dirección que evidencia la serenidad de un maestro en la plenitud de su arte, a la narración de esta historia narrada con una convicción que desvela la verdad de lo humano. Nunca es más universal el cine que cuando, como en este caso, habla con altura de estilo de los sentimientos que vinculan a toda la humanidad. Esta película china nos es más íntimamente próxima que el grosero cine basura de la actual comedia americana.

Zhang Yimou conmueve profundamente, hasta las lágrimas, con esta gran película que nos hace sentir, con sobriedad, contención y pudor, el peso intolerable de una lágrima, una última lágrima, que sella la historia de un amor eterno.

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