Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Tribuna Libre

Tomates contra pimientos

Los días especiales, el profesor sacaba las equipaciones y los chicos se las enfundaban encima de la ropa de calle, ya hiciera frío o calor. Unas de rayas rojas y blancas, las otras verdiblancas, de ahí los sobrenombres de los equipos, un poco despintada la tela de loneta por tantos y tantos lavados. Los cordones de los cuellos habían desaparecido, lo que facilitaba la operación de ponérselas y más tarde, ya sudadas, devolverlas a la cesta de mimbre donde se guardaban. El equipo de Ingreso A, los tomates, los de Ingreso B, los pimientos. Ambos amigos eran los capitanes de los respectivos equipos, apasionados líderes indiscutibles en el juego. Rivales hasta que el partido terminaba.

Fuera la química o la casualidad de que el camino a casa era coincidente por un rato, se hicieron grandes amigos, aún estando en clases separadas. Se buscaban en el patio antes de las clases, en el recreo para jugar juntos a la pelota y a la salida para gamberrear juntos camino de casa. Así transcurrió aquel último año en el colegio de la Porvera antes de pasar a estudiar el Bachillerato en Santa Fé. Atrás quedó el patio semicubierto con un tejado de chapa en cada extremo, soportado por columnas de fundición que había que sortear también camino de las porterías pintadas en las paredes que delimitaban el patio y también la cancha. Al año siguiente pasaron al nuevo colegio que, inaugurado unos años antes, era impresionante. Construido por D. Fernando de la Cuadra, el arquitecto del siglo XX de Jerez, era moderno y espacioso, con clases bien iluminadas y, sobre todo, rodeado de campos de fútbol. Acostumbrados al patio del colegio, se perdían en aquellos campos de tierra interminables.

Durante unos años, por circunstancias de la vida, se perdieron de vista los dos amigos. En aquella época los jóvenes tenían una vida social tan limitada que dejaron de verse pese a lo pequeña que esta ciudad seguía siendo. Se reencontraron en el último curso del bachillerato, convertidos en en seres diferentes a los que habían sido. Aún así, el hilo invisible de su amistad infantil se había mantenido intacto. Se integraron, ahora juntos en el equipo de juveniles del colegio que dirigía un marianista joven, serio, afable y con una afición inquebrantable por el fútbol: D. Carlos. Terminado el colegio se dispersaron de nuevo. Fueron a completar sus estudios a ciudades distintas. Cada uno encontró su manera de ganarse la vida. Sus obligaciones profesionales, sus otras amistades, los amores, los hijos, la vida les mantuvo ocupados en sus asuntos y, sólo de vez en cuando, se cruzaban sus caminos, momento que aprovechaban para reiterarse mutuamente el cariño que se mantenían.

Todavía se les tenía reservada una nueva oportunidad de encontrarse, de recuperar el contacto, de reconocer una vez más aquél hilo secreto de la amistad tejido desde la niñez. Ha ocurrido durante la construcción de las nuevas instalaciones deportivas de El Pilar-Marianistas que ayer se inauguraron, un nuevo espacio donde fomentar la educación, el fútbol y la camaradería.

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