Manuel Campo Vidal

España, un gran país muy difícil de gobernar

España es un gran país, con una gran democracia que conviene reformar

Un votante escoge su papeleta el 23-J.

Un votante escoge su papeleta el 23-J. / Carlos Luján / Europa Press

ALGUIEN ganó el 23 de julio. Sin duda, Alberto Núñez Feijóo al frente del Partido Popular. Primera victoria en generales desde 2015. Un respeto. Pero alguien no fracasó: Pedro Sánchez comandando un PSOE que se daba por desalojado del poder. En la mañana del domingo electoral, vía teléfono, supimos directamente que había muchos nervios en el entorno de Núñez Feijóo porque no veían tan clara la victoria anunciada en encuestas. Y comprobamos que en el entorno de Sánchez reconocían que el único que confiaba en resistir era el mismo candidato. Inasequible al desaliento.

Debajo de esos resultados aparece un gran empate. Más de siete millones de españoles quieren a Núñez Feijóo como presidente y otros siete millones –con diferencia de 300. 000 votos– quieren que Sánchez siga. Un respeto también. Quizás les animó su frase clave en el debate de TVE: "Gobernaremos de nuevo en coalición y lo haremos mejor". Autocrítica reclamada. En la legislatura pasada consiguió grandes avances como la Ley de la Reforma Laboral –votada en contra por Vox, PP, Esquerra y Bildu– la subida del salario mínimo, la renta mínima vital o la excepción ibérica para la energía. Pero tuvo errores y excesos. Y entre ellos, el empecinamiento de la ministra Irene Montero en no corregir las goteras de la ley del solo sí es sí y su agresividad innecesaria al plantear el feminismo. Demoscópicamente está probado que generó un desplazamiento de voto masculino joven a VOX y PP; y que el PSOE perdió voto de mujeres progresistas que se consideran feministas. Sánchez falló al no cesarla. Habría ganado liderazgo y seguramente las elecciones. No fue el único error, porque de su colega Ione Belarra solo se recordará su empeño en atacar a empresarios españoles que son ejemplo de emprendimiento, porque surgieron de la base, como Amancio Ortega, fundador de Zara, o Juan Roig de Mercadona. La victoria relativa de Yolanda Díaz, que tiene base para consolidar su proyecto, cuestiona la disolución de Podemos y con ello del fin de la "nueva política": Ciudadanos en liquidación legal y Podemos en agonía. Salvo que Pablo Iglesias baje de los cielos.

Casi empate entre los dos grandes aspirantes a la Presidencia y casi empate en diputados por bloques. Si se pudieran sumar, que está por ver, las derechas estarían en 172 con el PP más Vox, el gran perdedor que ni se inmutó. Abascal echa la culpa a Feijóo por "desmovilizar al electorado". Nada sobre el miedo que infunde él y sus candidatos modelo Torrente. Y el bloque progresista marcaría 171 si es que Esquerra y otros nacionalistas no piden la Luna.

España es un gran país, con problemas que urge resolver, y con una gran democracia que conviene reformar. Urgentemente su ley electoral, para buscar una salida razonable a los bloqueos; para no depender casi siempre de las minorías complementarias, sean de extrema derecha, izquierda o nacionalistas. Pero también para revisar la proporcionalidad de la representación: por unos pocos votos más, la diferencia de 18 escaños entre PP y PSOE es excesiva. O al revés, cuando se da.

Núñez Feijóo, desde el balcón fue claro: "Pido que nadie tenga la tentación de bloquear España". Sánchez, que no lo felicitó, ya trabaja para ser investido. Desde Bélgica, el ex presidente huido Carles Puigdemont advirtió que no bloqueará si se paga un precio adecuado. Es la dictadura aritmética, pero está en su derecho. Ya se repitieron elecciones en 2016 y en 2019. Vamos a por la tercera ocasión, probablemente. En cualquier caso, lo mejor fue la gente: cambió vacaciones, viajó por un día para votar y estuvo a la altura. Igual merece mejores candidatos.

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